
*Nahia Sanzo Ruiz de Azua / Diario Red
Tres años y medio después de la invasión rusa de Ucrania, esta semana se ha producido el incidente que con más claridad ha recordado la posibilidad de un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN y ha puesto en entredicho el pacto no escrito de contener la guerra en el territorio ucraniano. Muchas han sido las escaladas que se han producido en esta guerra, en la que desde 2022 no se habían celebrado negociaciones políticas ni contactos directos relevantes entre las partes, cuyas conversaciones se habían limitado a cuestiones humanitarias tratadas generalmente a través de terceros países. Después del bombardeo ruso del pasado fin de semana, el más importante de toda la guerra en términos de uso de proyectiles, el martes se dio lo que podría percibirse como un paso más hacia la guerra total que supondría el enfrentamiento entre Rusia y la Alianza Atlántica. Así ha sido presentado, al menos, por una parte del Gobierno ucraniano, que ha insistido en la necesidad de ampliar el apoyo a Kiev como principal defensa europea contra las ansias belicistas y expansionistas de Moscú.
“¿Aún creen los europeos que los drones se desviaron de su curso, que se puede apaciguar a Rusia con concesiones, que Putin es racional? Entonces, despertar en un estado de guerra es inevitable. En agosto aún discutíamos escenarios de un ataque contra la UE, y en septiembre presenciamos su primera etapa. El Kremlin está poniendo a prueba la reacción de la OTAN y, a falta de una respuesta adecuada, aumentará la presión sobre la Alianza.”, escribió ayer Mijailo Podolyak, asesor de Andriy Ermak, mano derecha de Zelensky en la Oficina del Presidente. “Tras la incursión deliberada de ayer de 19 drones rusos en territorio de la UE, la mejor respuesta sería un contundente paquete de sanciones de la UE, el 19º. Este paquete ya está en marcha.”, añadió Zelensky reafirmándose en su postura y exigiendo sanciones contra el sector bancario ruso y su acceso al de terceros países y a su sector energético, especialmente la “flota fantasma” con la que Moscú continúa suministrando petróleo, fundamentalmente en el Sur Global.
El ataque -fuera una provocación rusa para comprobar las consecuencias de operar en territorio de la UE y la OTAN, una imprudencia, un error o fruto del desvío de los proyectiles debido a la guerra electrónica ucraniana- no causó víctimas y provocó daños limitados. Al menos una parte de los drones que violaron el espacio aéreo polaco carecían de carga explosiva y, según el analista militar estadounidense Rob Lee, se estrellaron por sí mismos, sin ser derribados por la intervención de cuatro países de la OTAN. Sin embargo, incluso a pesar de producirse en un momento de clara escalada de la guerra aérea mutua, que en ocasiones ha causado cifras elevadas de víctimas mortales entre la población civil, el incidente está siendo utilizado como un punto de inflexión ante el que los países europeos han de reaccionar. “Tras no detectar el ataque”, argumentó Podolyak que, como Zelensky, ve en los hechos una agresión deliberada de Rusia contra la OTAN y la UE, Europa “se limita a la preocupación. Mientras tanto, Rusia cumple con sus objetivos militares. Se ha consumado un ataque sin víctimas. Todos saben cuál será la siguiente etapa”. El subtexto del mensaje del oficial ucraniano, al igual que las declaraciones explícitas de otros miembros del Gobierno, es la necesidad de aumentar el flujo militar a Ucrania, las sanciones contra Rusia y eliminar las restricciones de guerra ofensiva que actualmente pesan sobre Ucrania. La esperanza sigue siendo la misma, que la asistencia militar de los aliados occidentales mejore la posición de las tropas de Kiev en el frente y que el 19º y posteriores paquetes de sanciones consigan lo que no han logrado los 18 anteriores, minar la economía rusa hasta quebrarla, modificando así el equilibrio de fuerza y favoreciendo la posición negociadora del equipo de Zelensky.
La postura de Zelensky es representativa de la reacción de los diferentes actores tras la incursión de los drones rusos en Polonia, en la que no ha hecho falta probar intencionalidad ni valorar el peligro causado. Como ocurriera con el aumento de los bombardeos aéreos o ataques con alto nivel de víctimas, la violación del espacio aéreo de Polonia ha provocado en cada uno de los actores la reafirmación de las posiciones previamente determinadas. El establishment europeo se divide en tres tipos de reacción. Polonia y las autoridades de la Unión Europea ven en la guerra de Ucrania el principal argumento para defender el rearme continental y utilizan el incidente para exigir una mayor militarización del continente. Los halcones, liderados por los países bálticos, van un paso más allá para exigir una mayor implicación de la OTAN y de los países de la UE en la guerra y vuelven a aparecer, por ejemplo, en las palabras del presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento de Estonia, ideas como la planteada por la iniciativa Sky Shield, la implementación de una zona de exclusión aérea que cubra, al menos, el oeste de Ucrania. Quienes ven en cada episodio de escalada un argumento de paz, por su parte, han insistido, con Víktor Orbán a la cabeza, en la importancia de Donald Trump y su trabajo en favor de una negociación en busca de una resolución política a la guerra.
Estas tres posturas contradictorias -rearme, aumento de la implicación y negociación- luchan en un tablero de juego que, a día de hoy, sigue limitándose al campo de batalla. Pese a la alfombra roja que extendió para Vladimir Putin en Alaska y la reunión en la que el retrato de Reagan observaba desde las alturas cómo Donald Trump recibía a un grupo de dirigentes de países europeos que habían acompañado a Zelensky a la Casa Blanca para evitar el escenario más temido, un pacto entre Rusia y Estados Unidos que diera lugar a una resolución final y vinculante, los resultados de ese ímpetu diplomático han sido escasos. Dichas cumbres, minadas por el exceso de expectativas, debían suponer el inicio de un proceso diplomático que, pese a las conversaciones entre Moscú y Washington y la negociación interna del campo occidental en el marco de la “Coalición de Voluntarios” liderada por Reino Unido, Francia y Alemania, aún no ha comenzado.
Por el momento, todas las partes se refieren a la paz sin ocultar que exigen que sea según sus términos. Ante un Donald Trump apático y desinteresado, Vladimir Putin sugirió que había un entendimiento entre Rusia y Estados Unidos y advirtió a los países europeos contra su sabotaje. Dos días después, el líder de la Casa Blanca apuntó ante sus aliados europeos a la participación estadounidense en las garantías de seguridad que recibiría Ucrania en caso de alto el fuego. Desde entonces, los aliados continentales han negociado internamente el contenido de esa estructura de seguridad, una misión armada en la que participarían países de la OTAN con la cobertura aérea de Estados Unidos en la distancia, un planteamiento que Rusia no se ha cansado de insistir en que sería considerado un contingente de la Alianza camuflado en banderas nacionales y, por lo tanto, inviable como parte de un acuerdo con Moscú. Aburrido de este proceso de diálogo que nunca lleva a una negociación verdadera y que está muy lejos de conseguir el acuerdo que creyó que sería fácil, Donald Trump insistió brevemente en el planteamiento paz por territorios. Ingenuamente, la administración Trump ha preferido olvidar que para ambos bandos la cuestión de seguridad es prioritaria sobre la territorial, de ahí la sorpresa de que Rusia no haya mostrado el menor entusiasmo por la oferta más generosa de Washington: congelar el frente y permitir que Rusia mantenga los territorios bajo su control o adquiera algunos que no ha logrado capturar por medio de la batalla a cambio de aceptar lo que, en la práctica, supondría la adhesión de facto de Ucrania a la OTAN.
Instalada en exigencias de máximos, con ambos bandos capaces de suministrar a sus ejércitos, lejos de estar exhaustos y sin una mediación capaz de acercar posturas y realizar el duro trabajo que exige la diplomacia para llegar a un acuerdo en el que todos cedan para lograr una paz quizá injusta e incompleta, pero mejor que el derramamiento de sangre actual, la negociación se limita a declaraciones de intenciones, acusaciones cruzadas de dilatar el final de la guerra y propuestas diseñadas para ser inviables. Sin posibilidad de paz a la vista y con la vía militar como única forma de mostrar fortaleza ante hipotéticas negociaciones futuras, la continuación de la guerra de desgaste en el frente y escaladas aéreas periódicas en la retaguardia son la principal certeza del actual momento, en el que, cruzadas ya prácticamente todas las líneas rojas marcadas en 2022, incluso el principal consenso, evitar un choque OTAN-Rusia, se difumina.
