El significado teórico del libro de Lenin «Imperialismo»

«…hoy el mundo es diferente respecto a lo que Lenin había escrito en Imperialismo. Una característica fundamental de esta diferencia es que la centralización del capital es mucho mayor que en la época de Lenin, lo que ha hecho surgir un capital financiero internacional en vez de los capitales financieros nacionales que prevalecían entonces. Por consiguiente, se han atenuado las rivalidades interimperialistas porque el capital financiero internacional no quiere que el mundo esté dividido en diferentes esferas de influencia, sino que desea un mundo no dividido para poder moverse por él sin restricciones. Por lo tanto, la cuestión de guerras provocadas por las rivalidades interimperialistas ya no se plantea.»

*Prabhat Patnaik / Articulo original en inglés publicado el 27 de enero de 2024 en Peoples Democracy (peoplesdemocracy.in) y traducido del inglés para Rebelión (rebelion.org) por Beatriz Morales Bastos

La trascendencia de la obra de Lenin Imperialismo radica en el hecho de que revolucionó completamente la idea de la revolución. Marx y Engels ya habían previsto la posibilidad de que países coloniales y dependientes tuvieran sus propias revoluciones antes incluso de que se produjeran las revoluciones proletarias en las metrópolis, pero se consideraba que estos dos escenarios de revolución carecían de relación y no estaba clara ni la trayectoria de la revolución en la periferia ni su relación con la revolución socialista en la metrópoli. Imperialismo de Lenin no solo relacionó ambos escenarios de las revoluciones, sino que también consideró que la revolución en los países periféricos formaba parte del proceso de avance de la humanidad hacia el socialismo.

Por consiguiente, la obra de Lenin consideraba que el proceso revolucionario era un todo integrado; contemplaba un solo proceso revolucionario mundial que tras romper el eslabón más débil de la cadena, sin importar dónde se localizara ese eslabón, iba a derrocar todo el sistema. Y también afirmaba que había llegado el momento de esa revolución mundial, porque el capitalismo había llegado a una fase en la que, en adelante, iba a arrastrar a la humanidad a guerras catastróficas: había “cubierto” todo el mundo sin dejar “espacios vacíos”, lo había dividido totalmente en esferas de influencia de las diferentes potencias metropolitanas, de modo que ahora solo podía producirse un nuevo reparto del mundo y este nuevo reparto solo podría ocurrir a través de guerras interimperialistas, un ejemplo clásico de las cuales fue la Primera Guerra Mundial.

La postura teórica de Imperialismo amplió el marxismo al menos de cinco maneras principales. En primer lugar, incluyó en el ámbito de la revolución mundial a las “regiones distantes” del mundo, aquellos países que Hegel había despreciado por carecer de historia; en efecto, a medida que pasaba el tiempo y empezaba a desvanecerse la esperanza de que se produjera una revolución en Europa tras la Revolución bolchevique, esos países pasaron a ocupar el lugar principal del escenario de la revolución mundial. En una de sus últimas obras Lenin no solo depositaba sus esperanzas en que una revolución en China e India sucediera a la Revolución Rusa, sino que incluso se alegraba del hecho de que las poblaciones de Rusia, China y la India juntas supusieran casi la mitad de la humanidad, de modo que las revoluciones en estos tres países juntos iban a inclinar de forma decisiva la balanza a favor del socialismo. No es de extrañar que la Internacional Comunista que él había contribuido a crear no se pareciera a nada que hubiera conocido el mundo hasta entonces; en ella delegados de India, China, México e Indochina se codeaban con los de Francia, Alemania y Estados Unidos.

En segundo lugar y de forma paralela, Imperialismo ampliaba el alcance del marxismo al pasar de ser una teoría de la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados a ser una teoría de la revolución mundial. Por supuesto, comprender el alcance mucho mayor del marxismo, un reflejo de la dominación mundial por parte del capital que había puesto de relieve Imperialismo, todavía exigía que se llevara a cabo la tarea específica de analizar la historia de las sociedades no europeas sobre la base de la teoría marxista. Pero el hecho de extender el marxismo al Tercer Mundo y su florecimiento ahí iban a proporcionar la base para dicho análisis fomentado por el Comintern, aunque las lecturas políticas específicas de este resultaran ser erróneas. Así, Imperialismo de Lenin proporcionó al marxismo una vitalidad sin precedentes.

Es indudable que Lenin no fue el primero en hablar de imperialismo. Rosa Luxemburg ya había hecho antes que él un análisis muy agudo y perspicaz que explicaba por qué el capitalismo necesitaba invadir mercados precapitalistas. Pero el análisis de Luxemburg fallaba al considerar que el resultado de esa invasión era la integración del sector precapitalista en el capitalismo. El sector precapitalista no permanecía como una entidad devastada, sino que se convertía en parte del sector capitalista. Por tanto, el análisis de Luxemburg seguía estando centrado en la revolución proletaria europea. A pesar de algunas observaciones en sentido contrario, no consideraba que el capitalismo metropolitano hubiera creado un mundo segmentado de forma permanente. Imperialismo de Lenin, en cambio, sí veía ese mundo segmentado de forma permanente y en ello radica su fuerza.

En tercer lugar, la teoría de Lenin proporcionó una interpretación radicalmente nueva del concepto de “obsolescencia histórica” del capitalismo. Hasta entonces y en base a las breves observaciones que Marx había hecho en el prólogo de Contribución a la crítica de la economía política se entendía que un modo de producción se volvía obsoleto históricamente y, por tanto, podía ser derrocado, solo cuando se agotaban las posibilidades de desarrollar más sus fuerzas productivas. Se suponía que este agotamiento se manifestaba en forma de una crisis. De hecho, la ausencia de dicha crisis había llevado a Bernstein a pedir que se “revisara” el marxismo, que se reformara el sistema en vez de derrocarlo, tal como deseaba el proletariado. Los partidarios de la tradición revolucionaria y opuestos a Bernstein trataron de demostrar que aunque todavía no se hubiera producido esa crisis terminal, era inevitable.

La teoría del imperialismo de Lenin abrió un camino totalmente novedoso en este sentido. La manifestación de la obsolescencia histórica del capitalismo y el hecho de que fuera el momento de derrocarlo no se debía a una crisis económica, sino al hecho de que había entrado en una fase en la que arrastraba a la humanidad a guerras devastadoras, guerras en las que los trabajadores de un país serían obligados a luchar en las trincheras contra los trabajadores de otro país. Cuando esto ocurriera sería el momento de convertir las guerra imperialistas en guerras civiles y de dejar de apuntar a los compañeros trabajadores en las trincheras para apuntar a los capitalistas de cada país.

En cuarto lugar, el socialismo era ahora el objetivo de todas las revoluciones con independencia de dónde tuvieran lugar. En la obra de Lenin Dos tácticas de la socialdemocracia ya había aparecido la idea de que la revolución democrática no se iba a producir en aquellos países que habían llegado tarde al capitalismo debido a la burguesía, que históricamente había desempeñado el papel de ser su precursora: en estas sociedades la tarea de hacer la revolución democrática correspondía al proletariado, que iba a establecer una alianza con el campesinado, y una vez liderada la revolución democrática, no se detendría ahí, sino que continuaría adelante para construir el socialismo. Pero ahora se generalizó la posibilidad de que se produjera una revolución en una sociedad periférica, al principio en contra del imperialismo y basada en una más amplia alianza de clase de trabajadores y campesinos, que después avanzaría a la fase socialista. En pocas palabras, la tarea de construir el socialismo ya no atañía solamente a las personas trabajadoras de los países avanzados, sino que era una tarea que se iba a lograr por etapas y que estaba incluido en la agenda de todas las sociedades.

Por último, se planteaba una cuestión fundamental: por qué se había producido semejante auge del “reformismo” entre los movimientos de la clase trabajadora europea que tantos dirigentes de la Segunda Internacional habían adoptado posturas oportunistas o descaradamente chovinistas sociales durante la guerra. Y basándose en una sugerencia anterior de Engels, Lenin dio una respuesta a esta pregunta al desarrollar el concepto de “aristocracia obrera” que había sido “sobornada” con los superbeneficios del imperialismo.

Imperialismo fue un magnífico logro teórico. Lenin había indicado en una ocasión que la fuerza del marxismo radicaba en ser verdad. Lo mismo se puede afirmar de la teoría del imperialismo de Lenin. Esta teoría, un notable tour de force, proporcionaba muy lúcidamente respuestas a toda una serie de preguntas que se habían planteado en la nueva coyuntura y exigían respuesta. Se podría discutir este u otro detalle de los argumentos de Lenin, pero el sentido global de la obra es correcto en su mayor parte. Y prueba de que es correcto es la extraordinaria manera en que previó los acontecimientos que sucedieron en el mundo en el periodo comprendido entre 1914 y 1939.

Sin embargo, hoy el mundo es diferente respecto a lo que Lenin había escrito en Imperialismo. Una característica fundamental de esta diferencia es que la centralización del capital es mucho mayor que en la época de Lenin, lo que ha hecho surgir un capital financiero internacional en vez de los capitales financieros nacionales que prevalecían entonces. Por consiguiente, se han atenuado las rivalidades interimperialistas porque el capital financiero internacional no quiere que el mundo esté dividido en diferentes esferas de influencia, sino que desea un mundo no dividido para poder moverse por él sin restricciones. Por lo tanto, la cuestión de guerras provocadas por las rivalidades interimperialistas ya no se plantea.

Con todo, eso no significa los albores de una era de paz. La incesante ofensiva del capital financiero internacional contra todo intento en el tercer mundo de lograr independencia económica y autosuficiencia económica (incluida la alimentaria) ha provocado toda una serie de conflictos locales que enfrentan a un imperialismo unido contra determinados países. Al mismo tiempo, se han intensificado enormemente la explotación de las personas trabajadoras del tercer mundo a medida que la oligarquía corporativa-financiera de este tercer mundo se ha ido integrando en el capital financiero internacional. El resultado de ello es un enorme crecimiento de las desigualdades en el tercer mundo, hasta el punto de que gran parte de su población padece una pobreza absoluta cada vez mayor en términos de nutrición. Al mismo tiempo, la mayor disposición del capital metropolitano a deslocalizar su actividad al Sur Global ha debilitado a los sindicatos de la metrópoli y llevado a un aumento de las desigualdades dentro de la propia metrópoli. Por consiguiente, la hegemonía del capital financiero, que se expresa en un orden neoliberal, ha supuesto un empeoramiento significativo en términos relativos e incluso absolutos de las condiciones de las personas trabajadoras del mundo.

Esto ha provocado una crisis de sobreproducción para la que no hay solución dentro del orden global neoliberal. Y esta crisis ha provocado un importante aumento del fascismo y del neofascismo en el mundo, y la alianza de las oligarquías coprorativo-financieras de varios países con grupos fascistas para conservar su hegemonía. Así, ha pasado a primer plano la lucha por los derechos democráticos, contra el paro y por las libertades civiles; y esta lucha se ha unido a la lucha por el socialismo. El revolucionario cambio de perspectiva que aporta Lenin de la revolución mundial sigue siendo válido, pero el objetivo inmediato de la revolución ha cambiado con el tiempo.