En pocos días, el 3 de septiembre*, se conmemorará un nuevo aniversario de la rendición incondicional del Imperio Japonés, acto que marcó la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
«…con la plena certeza de que los soviéticos no dudarían en desembarcar en todas y cada una de las islas japonesas hasta entrar en Tokio, del mismo modo que ya lo habían hecho en Berlín, para poner fin al sangriento régimen imperial e incluso, seguramente juzgar y ejecutar a Hirohito por su responsabilidad en los crímenes perpetrados por sus fuerzas, el emperador no tenía muchas opciones y sin duda la mejor de todas era negociar la rendición incondicional con los estadounidenses, quienes sin una necesidad estratégica usaron armamento atómico contra dos objetivos civiles, con la única finalidad de enviar un mensaje intimidatorio de parte de Harry Truman a Iósif Stalin.»
*Christian Lamesa / Tercera Informacion (tercerainformacion.es)
En occidente, la capitulación de Japón está ligada, en el imaginario colectivo, a los bombardeos atómicos perpetrados por los Estados Unidos contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, esto en gran medida debido a la propaganda de Washington. Sin embargo, la verdad es algo distinta y por esto siempre es bueno revisar y analizar los acontecimientos trascendentes del pasado, en pos de la defensa de la verdad histórica, tal como lo intentaré hacer a lo largo de este artículo.
La cronología de los hechos habitualmente narrados en occidente para explicar la capitulación de Japón en la Segunda Guerra Mundial, señala que los días 6 y 9 de agosto se lanzaron las bombas atómicas Little boy y Fat man sobre los objetivos civiles de Hiroshima y Nagasaki respectivamente, causando entre 110.000 y 120.000 muertos como efecto directo de ambas explosiones. El 15 de agosto el emperador Hirohito, a través de un mensaje radial, les comunica a los japoneses que aceptaba la Declaración de Postdam, la cual exigía la rendición incondicional del Imperio, por parte de los Aliados. Finalmente, el 2 de septiembre se firma oficialmente la capitulación de Japón, a bordo del barco de la marina de los Estados Unidos, USS Missouri, en la bahía de Tokio.
Esta narrativa busca consolidar la idea de que los EEUU fueron los únicos, o por lo menos, los principales artífices de la Victoria aliada sobre las fuerzas del Japón, del mismo modo que lo hace con la derrota del ejército nazi en Europa, al exagerar la importancia del desembarco en Normandía, cuando para ese momento, el Ejército Rojo ya había hecho fracasar la Operación Barbarroja en su objetivo de tomar Moscú, había aplastado a los nazis y sus aliados europeos en la Batalla de Stalingrado, como también lo hicieron en Kursk. Incluso para ese momento, el sitio de Leningrado ya estaba roto y casi al mismo tiempo en que los aliados occidentales desembarcaron en las playas francesas, estaba comenzando la Operación Bagratión que iniciaría el camino a Berlín y reduciría significativamente las posibilidades de que Alemania pudiera enviar fuerzas al frente occidental, frente que hay que decirlo, Moscú pedía que se abriera desde tres años antes y la inacción por parte de los aliados de Moscú le permitió a Hitler direccionar el ochenta por ciento de su esfuerzo bélico en contra de la Unión Soviética, fuerzas nazis que finalmente fueron destruidas en el frente oriental merced al valor, el heroísmo, el sacrificio y la determinación del Ejército Rojo y de los partisanos para liberar, no solo a su tierra, sino a todo el mundo del nazismo.
En el caso de la narrativa de EEUU acerca del triunfo sobre Japón, se omiten varios detalles muy importantes que iremos enumerando a lo largo de estas líneas, siendo el más importante de todos, la declaración de guerra que hace la URSS al Imperio Japonés el 8 de agosto de 1945 a las 23:01, iniciando una hora después, la invasión de Manchukuo, estado títere de Tokio.
Para contextualizar, es importante recordar que entre el 11 de mayo y el 16 de septiembre de 1939, se había librado la Batalla de Jaljin Gol, en la República Popular de Mongolia. Este hecho que comenzó como una agresión militar de las fuerzas de Japón y Manchukuo, en contra de Mongolia, respondía a la política de Hokushin-ron o “Camino del norte” que consideraba a Manchuria, Mongolia y Siberia como parte de la esfera de interés de Japón, con la intención final de apoderarse de estos vastos territorios. Las fuerzas del Ejército Rojo acudieron en ayuda de sus aliados mongoles y al cabo de algo más de cuatro meses, le propinaron una humillante y contundente derrota al, hasta entonces, “invencible” Ejército imperial japonés de Kwantung.
Como resultado de la Batalla de Jaljin Gol los altos mandos japoneses olvidaron sus ambiciones expansionistas hacia territorios de Mongolia y de la URSS y adoptaron la doctrina del Nanshin-ron que consideraba al Sudeste Asiático y la Polinesia como objetivos del expansionismo japonés, considerando tras los sucesos de Jaljin Gol que sería más fácil dominar dichas regiones antes que arriesgarse a una campaña bélica contra la URSS, que se vislumbraba imposible de ganar.
Este hecho tendría una gran relevancia en el futuro, ya que mientras se realizaban los combates entre las fuerzas japonesas y el Ejército Rojo, a fines de agosto se firmaba el tratado de no agresión entre Moscú y Berlín, lo cual fue entendido como una traición de su aliado alemán, por parte de Tokio. Ante estas circunstancias, el 13 de abril de 1941 se firma el Pacto de Neutralidad entre Japón y la Unión Soviética, lo que le iba a permitir a Moscú concentrar sus fuerzas en el occidente para hacer frente a la agresión nazi que estaban por ejecutar Hitler y sus secuaces.
Durante la Conferencia de Teherán, en noviembre de 1943, Iósif Stalin se compromete a entrar en guerra con Japón luego de que se lograse la victoria sobre Alemania. Dicho compromiso es ratificado por el líder soviético en febrero de 1945 durante la Conferencia de Yalta, señalando que era necesario un plazo de tres meses para la declaración de guerra a Tokio, una vez concretada la caída del Tercer Reich. La necesidad de la entrada de la URSS en el “Teatro del Pacífico”, por parte de los aliados británicos y americanos, marca a las claras que una victoria sobre Japón sin la participación soviética se hacía muy difícil, sino imposible, sin una enorme perdida de tropas de los aliados occidentales, ya que se preveía que el liderazgo nipón no se rendiría sin que se llevara a cabo una invasión total del país, lo cual sin dudas sería sumamente cruento y costoso para todas las partes, no estando Washington dispuesto a pagar ese precio para derrotar al Imperio Japonés y liberar a los vastos territorios que aun ocupaba, con extrema crueldad, en China, Corea y el sudeste asiático.
El 5 de abril de 1945 Moscú denuncia el Pacto de Neutralidad con Tokio, quedando así sin efecto el mismo, y cumpliendo escrupulosamente con su promesa hecha en Teherán y refrendada en Yalta, a los tres meses de caído el régimen nazi, la Unión Soviética le declara la guerra a Japón e inicia la invasión y liberación de Manchuria, amplias regiones de China y Corea, donde las tropas del Ejército Rojo son recibidos por la población local como héroes y verdaderos libertadores, después de más de ocho años de ocupación despiadada, sangrienta y brutal por parte de los militares japoneses contra la población civil. La entrada de la URSS en la guerra cambió radicalmente las perspectivas de Tokio acerca de su futuro.
Para analizar el real impacto que tuvieron para el gobierno japonés los bombardeos nucleares sobre la población civil, o lo determinantes que pudieron ser para la rendición de Tokio, solo basta recordar que, en la noche del 9 de marzo de 1945, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos dirigió trescientos treinta y cuatro aviones B-29 cargados con mil setecientas toneladas de bombas incendiarias napalm M69, las cuales fueron arrojadas sobre la capital de Japón, quemando vivas a 120.000 personas y reduciendo a cenizas una cuarta parte de la ciudad, en una tormenta de fuego cuya temperatura llego a los 980 grados centígrados. Este bombardeo ocurrió cinco meses antes de los ataques atómicos y mató la misma cantidad de civiles que aquellos de Hiroshima y Nagasaki juntos, sin embargo, no forzó la rendición del emperador o de su cúpula militar.
Lo que sin dudas hizo que el emperador Hirohito replantease su posición, fue la arrolladora ofensiva del Ejército Rojo, junto a tropas del Ejército Popular de Mongolia, a partir del 9 de agosto, con el inicio de la Operación Tormenta de Agosto, ejecutada por el Primer y Segundo Frente del Lejano Oriente y el Frente Transbaikal, con avances de más de cien kilómetros por día, en una doble pinza que aplastó sin piedad al Ejército Imperial de Kwantung y a las fuerzas de Manchukuo, todo esto en tan solo tres semanas, iniciando la ofensiva final el 20 de agosto, limpiando de ocupantes japoneses a Manchuria, otras regiones de China e ingresando en la península coreana hasta el paralelo 38°, como fue acordado con los aliados estadounidenses.
Ante esta realidad y con la plena certeza de que los soviéticos no dudarían en desembarcar en todas y cada una de las islas japonesas hasta entrar en Tokio, del mismo modo que ya lo habían hecho en Berlín, para poner fin al sangriento régimen imperial e incluso, seguramente juzgar y ejecutar a Hirohito por su responsabilidad en los crímenes perpetrados por sus fuerzas, el emperador no tenía muchas opciones y sin duda la mejor de todas era negociar la rendición incondicional con los estadounidenses, quienes sin una necesidad estratégica usaron armamento atómico contra dos objetivos civiles, con la única finalidad de enviar un mensaje intimidatorio de parte de Harry Truman a Iósif Stalin, como anticipo de la Guerra Fría que el presidente de EEUU ya tenía decidido comenzar y para la cual necesitaría de aliados, a los antiguos enemigos alemanes y japoneses, sin importar sus crímenes.
Así fue como Hirohito negoció su impunidad, no sería juzgado y, si bien ya no estaría al frente del gobierno, sí mantendría todos sus privilegios como emperador del Japón. Se realizaron los Juicio de Tokio para juzgar y castigar a los criminales de guerra, pero tan solo se ejecutaron a los más emblemáticos de ellos, como una forma de “lavarle la cara” al futuro aliado incondicional de EEUU (de la misma forma que se hizo con Alemania), mientras que ninguno de los responsables de los experimentos del Escuadrón 731 o los perpetradores de la masacre de Nankín fueron juzgados y muchos de ellos, al día de hoy, son venerados como héroes en el Japón actual y se siguen negando los crímenes y las atrocidades que los ejércitos japoneses llevaron a cabo en China, Corea y tantos otros lugares de Asia, como verdaderos salvajes.
Para finalizar, tal vez estas mismas líneas puedan responder el por qué, para la propaganda de Washington y Europa es tan importante reescribir la historia y ocultar el protagonismo de la Unión Soviética en la liberación de tantos pueblos de la opresión y el salvajismo de, en este caso, el militarismo y el supremasismo japonés, y también porqué es tan importante defender permanentemente la verdad histórica, sino queremos ver renacer nuevamente a los monstruos del pasado.
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*3 de septiembre es la fecha en que se conmemora la rendición de Japón y el final de la Segunda Guerra Mundial, en Rusia, China y Filipinas.
*Christian Lamesa, nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1971.
Analista geopolítico, fotógrafo y escritor. Autor del libro “La paternidad del mal – Los cómplices de Hitler”.
Nominado al premio de la Российское общество «Знание» (Sociedad Rusa «Conocimiento») como «Educador extranjero del año 2023»
Embajador en la República Argentina de la Российское общество «Знание» (Sociedad Rusa «Conocimiento»).