Actualmente, Bruselas se esfuerza por boicotear la presidencia del Consejo de la UE del primer ministro húngaro, Viktor Orbán. El trasfondo: los viajes de Orbán a Kiev, Moscú y Pekín, cuyo objetivo era negociar un acuerdo de alto el fuego, están enfureciendo a los líderes de la UE y a los gobiernos de Berlín, París y otras capitales.
Ciertamente hay mucho que decir contra el jefe de Estado húngaro y amigo de Trump, responsable de toda una serie de déficits del Estado de Derecho en su país de origen. Pero acusarle de una iniciativa diplomática que otros Estados miembros no han querido o no han podido tomar hasta ahora demuestra hasta qué punto la UE se ha alejado de su antigua pretensión de ser una fuerza de paz.
El hecho de que, incluso al más alto nivel, se esté considerando la posibilidad de abolir normas esenciales de la UE, tales como, en este caso, la rotación de la Presidencia del Consejo, con el objetivo de penalizar a Orbán por sus viajes, es un mal augurio para el futuro de la Unión.
Llama la atención que justamente la UE, que podría verse completamente devastada por una posible escalada de la guerra en Ucrania, no sólo no haga nada para evitar este peligro y detener la matanza, sino que además socave los intentos diplomáticos de un Estado miembro.
Hace tiempo que se sabe que Ucrania no puede ganar la guerra y que, en el mejor de los casos, se trata de un empate. Ya lo dijo claramente en noviembre de 2022 el entonces jefe del Estado Mayor de la Defensa estadounidense, general Mark Milley, y un año después el comandante supremo de las fuerzas armadas ucranianas, general Valery Salushnyi.
Desde entonces, con cada día que sigue esta guerra haciendo estragos, disminuyen las perspectivas de Ucrania de mantener un Estado soberano y razonablemente funcional.Pero la UE no quiere reconocer esta simple realidad.
Como primer acto oficial, el nuevo Parlamento de la UE aprobó el 17 de julio una resolución en la que se comprometía a prestar apoyo militar a Ucrania hasta la reconquista de todos los territorios ocupados, independientemente del tiempo que ello lleve (es decir, de cuánta gente muera en el proceso). Ni siquiera hace falta ser un experto militar para darse cuenta de que la reconquista completa del Donbass y Crimea es completamente irreal, aunque solo sea por los enormes problemas de reclutamiento del ejército ucraniano.
Sin embargo, la resolución va más allá: la Unión Europa “se muestra firmemente a favor de levantar las restricciones al uso de sistemas de armamento occidentales contra objetivos militares en territorio ruso”, con lo que acepta explícitamente una escalada a escala europea, incluida la posibilidad de una guerra nuclear. También insta a todos los Estados miembros a destinar permanentemente al menos el 0,25 por ciento de su producción económica al rearme de Ucrania (además de aumentar sus propios presupuestos militares), a entrenar aún más soldados ucranianos y a “impulsar” sus industrias de defensa. Las iniciativas diplomáticas no se mencionan en absoluto.
La mencionada resolución parlamentaria europea da fe de una peligrosísima mezcla de escapismo de la realidad y militarismo desenfrenado, que recuerda la época de los “sonámbulos” antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en casi todo el resto del mundo, desde hace tiempo, es archiconocido que sólo las negociaciones ofrecen una salida.
Incluso Volodimir Zelenskyi dijo tras la fracasada cumbre de paz suiza, a la que la Federación Rusa no fue invitada, que Rusia debería participar la próxima vez. Por lo demás, el Ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, ha estado en Pekín para discutir las perspectivas de paz con el gobierno chino. El tan cacareado argumento de que es imposible negociar con alguien como Vladimir Putin hace tiempo que ha quedado refutado.
Como se conoce, desde finales de febrero hasta principios de abril de 2022 se celebraron intensas negociaciones entre ambas partes bajo la mediación de Turquía. Estas desembocaron en un plan de 10 puntos que preveía la renuncia de Ucrania a su pertenencia a la OTAN y la retirada de Rusia hasta las líneas del 23 de febrero de 2022. En aquel momento, también el primer ministro israelí, Naftali Bennett, llevó a cabo negociaciones secretas, en las que participaron los jefes de Estado de Rusia y Ucrania. Sin embargo, las negociaciones se interrumpieron después de que el entonces primer ministro británico Boris Johnson visitara Kiev el 9 de abril. Según todo lo que sabemos por los informes de los medios de comunicación (occidentales), el mensaje de Johnson en aquel entonces era que Ucrania debía dejar de negociar y empezar a luchar.
Pero en lugar de confiar en la diplomacia —al menos ahora, más de dos años después cuando la pérdida de vidas humanas ya ha ascendido a decenas de miles—, los Estados de la UE se han adscrito ciegamente a un programa de rearme y confrontación que solo puede tildarse de locura. Ahora, tras las decisiones tomadas en la cumbre de la OTAN en Washington, se van a desplegar en Alemania nuevos misiles de medio alcance que pueden equiparse con armas nucleares, por primera vez desde la década de 1980. Esto no aumentará la seguridad de Alemania, sino que, por el contrario, la convertirá en un blanco potencial de ataques en caso de escalada. No hubo debate público ni participación parlamentaria en este paso cuyas consecuencias podrían ser fatales.
A golpe de mano y sin pestañear, el canciller alemán Olaf Scholz, cuyo partido socialdemócrata SPD sólo obtuvo el 13,9 por ciento en las elecciones de la UE y cuya legitimidad se ha visto enormemente debilitada, ha aprobado otra oleada de rearme con consecuencias imprevisibles. Una de ellas es que una nueva edición del Tratado INF sobre el desmantelamiento y la prohibición de misiles de alcance medio en Europa, que fue firmado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1987 y cancelado por Donald Trump en 2019, ha quedado así relegada a un futuro lejano.
Resulta difícil ver, cómo a través del refuerzo masivo del armamento militar se consigue que Europa sea más segura. La OTAN ya tiene más de diez veces el presupuesto militar de Rusia: 1.470.000 millones de dólares frente a los 140.000 millones estimados por parte rusa. Los dirigentes rusos ya tendrían que ser suicidas para atacar a un país de la OTAN, y una superioridad 20 veces mayor no cambiaría eso.
El desafío a Pekín tiene un trasfondo sencillo: Estados Unidos teme ser sustituido pronto por China como potencia económica dominante a escala mundial
Por cierto, este incremento de la inversión militar seguirá haciéndose a costa de la cohesión social y la estabilidad política. En lugar de invertir adecuadamente en los sistemas de la educación y la sanidad, devastados por los ajustes neoliberales, y en vez de adaptar el transporte público a un futuro sostenible, cada año se inyecta más dinero en el sector económico que es, entre todos, el más destructivo y el más perjudicial para el clima: el militar.
Sin embargo, si el sistema político ya no ofrece a los ciudadanos perspectivas de futuro, sino sólo recortes sociales y retórica bélica, la confianza en las instituciones políticas seguirá erosionándose y las fuerzas nacionalistas de derechas ganarán aún más apoyo.
En lugar de la cooperación internacional —cuyo monto quedaría drásticamente disminuido según el proyecto de presupuesto federal alemán para 2025—, llegarán a los países del Sur Global aún más armas de producción alemana y europea, las que recrudecerán los conflictos existentes allí provocando una mayor inestabilidad en las respectivas regiones.
Rearme contra China
La resolución civil de conflictos desempeña un papel cada vez más secundario en la política exterior de la UE, que en su día fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz.Una nueva ronda de rearme masivo en Europa ya no se dirige sólo contra Rusia, sino cada vez más también contra China.
Como presidenta reelegida de la Comisión, Ursula von der Leyen anunció que utilizaría todos los medios —incluidos los militares— contra China en caso de un conflicto sobre Taiwán. La UE sigue así, una vez más, las directrices estratégicas de Washington. El presidente Barack Obama ya había lanzado en 2012 el lema de un “pivote hacia Asia” y aumentó la militarización de la región del Pacífico. Mientras tanto, los buques de guerra del ejército alemán también navegan por el mar de China Meridional, para gran preocupación de Pekín. ¿Qué dirían los políticos de la UE si aparecieran buques de guerra chinos en el Mediterráneo o en el Mar del Norte?
El desafío a Pekín tiene un trasfondo sencillo: Estados Unidos teme ser sustituido pronto por China como potencia económica dominante a escala mundial. En términos de poder adquisitivo, el producto interior bruto de China ya es superior al de EE UU y el de los países BRICS es superior al de los países del G7, que durante mucho tiempo creyeron que podían hablar en nombre del resto del mundo. A Estados Unidos también le amedrenta la posible pérdida a largo plazo de la ventaja del dólar como moneda de reserva, como admitió recientemente la Secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen. Esto privaría a EE UU de un instrumento crucial para financiar sus exorbitantes déficits de comercio exterior.
Impulsados por las sanciones contra Rusia, este país, junto con China y otras naciones del Sur Global, están desarrollando sistemas de pago internacionales que pueden eludir el dólar estadounidense. China también se está poniendo al día tecnológicamente. La cuadruplicación de los aranceles sobre los coches eléctricos chinos incluso hasta un cien por cien, demuestra que la industria automovilística estadounidense ya no está a la altura de la competencia.
En vista de estos acontecimientos, tanto republicanos como demócratas juegan cada vez más la carta militar para poner a China en su sitio. Para ello, intentan instar a los Estados de la UE a una nueva ronda de rearme para mantener a raya a Rusia y para emprender acciones conjuntas contra China. Sin embargo, la idea de que el “Occidente colectivo” puede impedir militarmente que China gane más peso económico y político es una ilusión muy peligrosa. ¿En serio queremos librar una guerra contra la tercera potencia nuclear del mundo, con una población de 1.300 millones de habitantes? No sólo sería imposible ganarla, sino que probablemente significaría el fin de la humanidad tal y como la conocemos.
La única opción racional en esta situación es trabajar en pro de una nueva arquitectura de seguridad global que ha de incluir también a China —y a largo plazo, cuando acabe la guerra de Ucrania, también a Rusia. Esta perspectiva es también ineludible porque las grandes tareas del futuro, sobre todo la superación de la crisis ecológica y la división entre ricos y pobres, no son posibles sin una cooperación intensiva.
El planeta y la humanidad no pueden soportar otro enfrentamiento entre los bloques.La UE —todavía— tiene tiene una posibilidad de elegir. ¿Quiere sumergirse en una escalada desesperada y altamente peligrosa junto a un imperio estadounidense que se desmorona, destruyendo así los restos de su propio modelo social y de paz? ¿O será capaz y con voluntad de adoptar una posición independiente, mediadora y pacificadora que favorezca la diplomacia y la cooperación en lugar de la confrontación? De esta elección depende no sólo el destino de Europa, sino también el de una parte considerable del resto del mundo.