*Jon Garcia / GeopolitikaZ
En lo referente a las Operaciones Relámpago de Decapitación[1], estas constituyen la palanca de intervención primero soviética y después rusa, en el extranjero cercano inmediato o fronterizo, así como en lo que perciben como su esfera de influencia. En cuanto a la ejecución y desarrollo de las operaciones, William G. Robertson y Lawrence A. Yates (2003) la describen de la siguiente manera:
(…)Éstas vienen siempre precedidas por la inserción de elementos militares y de inteligencia, tanto de la KGB (como luego del FSB), que una vez desencadenada la invasión tendrán la misión vital de interferir los núcleos militares del país en cuestión. Las unidades aerotransportadas y paracaidistas (VDV) y las unidades de designaciones/propósitos especiales (Spetsnaz) son quienes tienen la misión de encabezar las operaciones, golpeando y capturando los principales los centros de gravedad: aeropuertos, nodos de transporte, los principales edificios gubernativos y de la administración, así como las principales instalaciones de comunicación. También tendrían asignada la misión de capturar a los miembros del gobierno que se desea deponer y a los dirigentes políticos más importantes. A continuación, vendría la invasión de las fuerzas terrestres propiamente convencionales que tendrían como objetivos capturar las principales ciudades, controlar las carreteras e infraestructuras, así como suprimir cualquier tipo de resistencia. Es entonces cuando se instalaría el nuevo gobierno apoyado por las fuerzas militares presentes en el país, y con el reconocimiento diplomático y político soviético.(…)
En cuanto al apartado histórico encontramos una casuística operacional de cuatro escenarios**, dos en época soviética y otros dos en el siglo XXI por parte de la Federación Rusa. Dichos escenarios están no solo separados por la cronología, la dimensión política y el contexto histórico del momento, sino muy especialmente definidos y condicionados por la magnitud del poder de proyección que primero la URSS es capaz de desplegar en el marco de la guerra fría, más sólido, consistente, y por lo tanto capaz de realizar esa “operación / intervención” en la dimensión de un país entero en cada caso como son Checoslovaquia y Afganistán.
Mientras que la Federación Rusa, lastrada económica y militarmente por la terrible década de 1990, que se materializa sobre el terreno a nivel militar en el fracaso en Chechenia, es capaz de realizar operaciones similares pero en un marco mucho más acotado y reducido en tamaño. Toda vez que la recuperación económica a partir de la década del 2000, merced a los precios de los hidrocarburos y las materias primas, permite recuperar parte de la inversión en defensa perdida en la década anterior y recuperar el control efectivo de Chechenia ese mismo año. Llegado el punto de tratar de acometer a una reforma militar en 2008, motivada por las deficiencias detectadas en el conflicto de Georgia (Pardo de Santayana, J. 2018) que tiene lugar ese mismo verano; modernizando orgánica y estructuralmente la rama terrestre del Ejército para hacerlo disminuir en tamaño, pero más profesional, mejor equipado y entrenado. Revertidas parcialmente esas reformas en 2013**, las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa se encaminaron de nuevo hacia una estructura para favorecer las operaciones en su entorno extranjero más limítrofe y con capacidades para el despliegue rápido, especialmente en forma de contingentes expedicionarios como el que tiene estacionado en Siria desde septiembre de 2015.
Dentro de esta casuística de ejemplos históricos, la naturaleza esencial que subyace en estas intervenciones y que es esencial para que sean exitosas es la de evitar a toda costa un choque convencional directo a nivel militar entre ambos ejércitos. Buscando el Kremlin un desplazamiento del poder en fuerza en cada una de estas intervenciones. Es por ello que estas operaciones están pensadas y planteadas para periodos cortos de duración, que a lo sumo deriven en algún enfrentamiento más o menos puntual donde tenga que anularse algún centro de resistencia más o menos organizada, pero encaminado todo ello más hacia un escenario de control del orden público en última instancia una vez salvados posibles obstáculos que pudieran surgir. Se busca siempre la rendición, negociación, o la huida del gobierno que se desea deponer. Dentro del marco de la Operación Militar Especial en Ucrania en 2022, ha sucedido justo lo opuesto de la situación deseada desde el punto de vista de Moscú. La invasión rusa de Ucrania ha derivado en todo lo contrario: en una guerra industrial netamente terrestre de altísima intensidad, muy intensiva en material y recursos por parte de ambos estados, que no tiene parangón desde la Operación Tormenta del Desierto entre 1990-1991 o incluso desde la Segunda Guerra Mundial. Y que en su momento actual de 2023 se encuentra en una fase de estancamiento casi total con un desgaste muy elevado por la duración e intensidad de los combates.
NOTAS:
* Para este artículo no se tienen en cuenta las operaciones desarrolladas ni en Budapest en 1956 como Georgia en 2008, que aunque ambas tienen preceptos similares son sin embargo operaciones militares netamente reactivas, y especialmente en 1956 donde se contemplaba ya un choque directo convencional con combate en población. La primera frente una sublevación antisoviética exitosa de la capital húngara, y la segunda por ser Georgia quien primero lanza el ataque contra Osetia del Sur, que es el desencadenante real de la respuesta militar rusa, aunque ésta ya tuviese estacionadas previamente tropas dentro de la propia Georgia en los enclaves de Abjasia y Osetia del Sur en el marco de la narrativa de peacekeepers y mantenimiento de la paz.
**Para ampliar información sobre el conjunto de reformas militares en Rusia desde la desintegración de la URSS, sus distintas implicaciones, gradación e interrelación entre ellas, consultar: Capítulo 5 “Reforma de las estructuras de las Fuerzas Armadas Rusas” en Ruiz González, F.J. (2010): Influencia de la nueva Rusia en el actual sistema de seguridad. Monografías del CESEDEN.