Doble rasero en el tema de la paz

-Arturo Gallegos / Revista La Comuna

El secretario de Prensa del Departamento de Defensa, John Kirby, casi llorando, declaró recientemente: “No puedo ver las imágenes de civiles ucranianos muertos, esto habla de la depravación de esta guerra”, pero al comentar el bombardeo de Palestina por Israel afirmó: “Esto es la guerra, es sangrienta, es fea y va a ser sucia, civiles inocentes van a salir heridos. Ojalá pudiera decirles algo diferente, pero esto va a ocurrir”.

Tras estos comentarios de Kirby permítame ahora hacerle un par de preguntas:

¿No está enfadado por los atletas israelíes que han quedado fuera de las competiciones internacionales? ¿No rechaza las sanciones impuestas por la comunidad internacional a Estados Unidos por bombardear Siria hace tan sólo unos días? ¿No le parece injusto el bloqueo comercial contra Arabia Saudí por el bombardeo de Yemen? ¿No condenan ustedes el ataque a la libertad que representa la censura a la CNN por difundir el punto de vista de la Casa Blanca? ¿No le pareció exagerado tener la bandera de Siria en todos los ayuntamientos de las ciudades europeas en 2015? ¿Recuerdan también todas esas banderas de Afganistán en 2001 en Europa? ¿No cree que fue un error enviar armas a Afganistán para defenderse de los EE.UU. y su coalición, a la que, por cierto, también Ucrania envió tropas?

Tiene razón, yo tampoco recuerdo nada de eso. ¡Porque nada de eso ocurrió!

Han sido preguntas retóricas para ofrecer ejemplos concretos de lo que se conoce como doble rasero en geopolítica internacional. Significa medir cosas similares con enfoques diferentes. Los políticos lo utilizan todo el tiempo, especialmente cuando la paz no es su verdadero objetivo, sino la imposición de su punto de vista por la fuerza, básicamente para justificar lo injustificable. El doble rasero condiciona la paz a la derrota total del enemigo, que depende del lado por el que se mire. 

Para ello hay que deshumanizar al contrario y presentar su victoria como nada menos que un escenario apocalíptico. Y así, nos quedan frases como “si no detenemos a los soviéticos en Cuba, a Sadam en Kuwait, a los talibanes en Afganistán o a Putin en Ucrania, vamos a tener que luchar contra ellos en las costas de California”. A mediados de los 80, utilizando esta estrategia, el gobierno de Estados Unidos fue capaz de hacer creer a sus ciudadanos que Libia era una amenaza existencial para su modo de vida. Sí. Libia, una nación en ese momento con una población de 3 millones y un ejército de 70 mil hombres. Un ejército ligeramente mayor que el departamento de policía de Nueva York en aquella época. Para hacer creíble este disparate a los ciudadanos estadounidenses fue necesario demonizar al líder de Libia, Muammar Gaddafi, y catalogarlo como un loco capaz de destruir el mundo con sólo apretar un botón, igual que los villanos de las películas de Hollywood.

No creo que tenga que recordarte cómo exactamente esta misma política ha sido utilizada por occidente y especialmente por la OTAN durante al menos los últimos 70 años. Castro iba a volar Florida con la ayuda de los soviéticos, Gadafi se iba a llevarse a tu madre, Sadam tenía cientos de bombas nucleares, los talibanes iban a poner un burka a tus hijas, Milosevic era el último dictador de Europa, ¡sí, antes de Lukashenko! etc. Bueno, la realidad es que las guerras NO empiezan por las personalidades de los líderes mundiales. Netanyahu, Putin, Zelensky, Biden el líder de Hamás, o Sadam no llevan a sus países a la guerra porque no se caigan bien unos a otros. Puede que recientemente Macron se crea el nuevo Napoleón, pero ni siquiera él iniciaría una guerra por traumas o complejos personales.

“La humanidad sólo tiene un bando y ¡sólo los muertos han visto el fin de la guerra!”

¡No! los presidentes, primeros ministros, reyes y líderes mundiales hacen la guerra porque representan los intereses, en la mayoría de los casos, de una clase poderosa que se beneficia del resultado o de la mera existencia de la guerra, independientemente de cómo acabe. Simplificar los conflictos reduciéndolos al carácter de ciertos individuos es ignorar quién obtiene los beneficios de la guerra.

Si la guerra no es una cuestión de individuos que no se caen bien, tampoco lo es su resolución. Es inútil apelar a la coherencia, la buena fe, la moralidad o el corazón de los líderes mundiales. Es igualmente inútil argumentar que para detener las guerras la gente debe cambiar primero dentro de sí misma. Esto puede funcionar para resolver conflictos con la familia o los amigos (y a veces ni siquiera ahí), pero la guerra no es porque a alguien no le hayan invitado a una fiesta de cumpleaños.

No, sólo hay dos formas reales de salir de una guerra ya iniciada: uno de los dos bandos derrota al otro o se pone fin a la lucha mediante negociaciones. En lo personal en cualquier conflicto me decantaría por la segunda solución, es decir, negociaciones a través de la diplomacia para una paz razonable que pueda ser aceptada por ambas partes sin tener que imponerse en el campo de batalla y sin importar quién iba o vaya ganando en determinado momento.

Luchar por una paz que sólo beneficie a una de las partes no es luchar por la paz, sino tomar partido cubriéndose con un falso pacifismo y un humanismo hipócrita y parcial. La paz no debe utilizarse como herramienta política, sino que debe ser el objetivo de la política internacional.

La humanidad sólo tiene un bando y ¡sólo los muertos han visto el fin de la guerra!