1986: De entradas y salidas

Mientras el PSOE no caminó por alfombra gubernamental se prodigó en declaraciones contrarias a la OTAN y a lo que esa alianza político-militar representa. En 1981 Felipe González había alertado, incluso, de que «en España hay dos tipos de otanistas, los convencidos y los conversos», para añadir que si bien los convencidos son respetables, los conversos son peligrosos.

Gabriel Urralburu colocando carteles sobre la entrada en la OTAN en Iruñea. (NAIZ)

* Este texto donde se analiza todo lo que rodeo al referéndum de 1986 sobre la OTAN, forma parte de un articulo mas extenso escrito escrito por Fernando Alonso y publicado la sección Artefaktua de NAIZ.info el pasado enero.                                                                                                 

Unos meses más tarde reiteró la oposición de su partido a la OTAN advirtiendo que siempre estarían en contra «con las consecuencias históricas que tenga mantener una coherencia lógica entre lo que decimos y lo que pensamos hacer».

De la misma opinión era su entonces mano derecha, Alfonso Guerra, que anunciaba que harían campaña «para que no se esté en la OTAN, y creo personalmente que ganaremos los que pensamos que esa soberanía y esa independencia pasan por no estar en la OTAN».

Dos años más tarde, en 1983, y ambos siendo ya desde hacía pocos meses presidente y vicepresidente del Gobierno español, insistieron en que se debía estar fuera de la OTAN. Incluso lanzaron sutiles amenazas a quienes, formando parte de su Ejecutivo, pretendieran pertenecer a esa alianza. Sin embargo, esa fue la última ocasión en la que sus declaraciones fueron en ese sentido, ya que muy poco después se pasaron al bando contrario, precisamente al de los conversos pro-aliancistas a quienes anteriormente habían denostado sin misericordia.

Uno de los muchos carteles que proliferaron en la campaña contra la OTAN en Hego Euskal Herria. (Foto EGIN)

Dio comienzo el viraje argumental para justificar la maniobra que les convertiría en poco tiempo en los más fervientes atlantistas. De aquella travesura adolescente del «OTAN de entrada no» con la que llenaron paredes y vallas publicitarias de carretera, pasaron a una cerrada defensa de la Alianza Atlántica, hasta el punto de tener que contener la respiración el día del referéndum, porque parecía que el plan les podía salir mal. De hecho, no mucho después de la consulta confesaron que eso de preguntar a la sociedad qué quiere podrá ser muy democrático pero en ningún caso una buena idea.

El PNV, por su parte, hizo gala de la habilidad que siempre le ha caracterizado y viró en sentido contrario; esto es, del atlantismo convencido a una neutralidad profiláctica que le aconsejó dejar libertad de voto a sus militantes. Ni sí ni no, ni todo lo contrario. Y es que la oposición a la OTAN parecía ser la que tenía más posibilidades de imponerse en las urnas vascas. Que fue lo que finalmente ocurrió el miércoles 12 de marzo de 1986, cuando algo más del 62% de los ciudadanos de la Euskal Herria peninsular rechazó la pertenencia a la Alianza Atlántica.

Cartel del PSOE anunciando su oposición a la entrada en la OTAN.

Los jelkides, así, pudieron celebrar el resultado electoral en ambos sentidos: como otanistas, porque vencieron a nivel estatal con casi un 57%, y también como contrarios, porque Hegoalde había dicho claramente que no. Salió lo que querían y quedaron bien frente a la sociedad vasca. Negocio redondo.

De hecho, Xabier Arzalluz y el lehendakari Ardanza votaron a favor de la OTAN, mientras su predecesor, Carlos Garaikoetxea, volando ya fuera del nido jeltzale, se mostró contrario a la OTAN y protestó porque en Nafarroa no le dejaran votar en euskara.

Los alcaldes de Gasteiz y Donostia, José Angel Cuerda y Ramón Labayen, ambos también enfrentados con la dirección jelkide, votaron «no» y «sí», respectivamente.

Herri Batasuna lo hizo en contra y, tras el resultado, destacó, una vez más, la necesidad de soberanía nacional. Euskadiko Ezkerra interpretó que la sociedad vasca era pacifista, si bien Kepa Aulestia no pudo evitar la ocasión para asegurar que eso también significaba que los vascos estaban contra ETA.

La pregunta del referéndum sobre la OTAN no fue todo lo clara que debería esperarse para una consulta popular. En cualquier caso, ninguna de las condiciones que se mencionaban en la papeleta fueron respetadas. Los efectivos militares de Estados Unidos de América continuaron donde estaban y no se redujeron, se les admitió la posibilidad de almacenar, instalar o introducir armas nucleares y, en 1997, ya con José María Aznar como presidente, el Estado español se incorporó a la estructura militar integrada. Pleno al tres.

Por cierto, cuatro años antes del referéndum España ya había sido reconocida como 16º miembro de la OTAN y, en enero de 1986, entró en la Comunidad Económica Europea.