Mientras el PSOE no caminó por alfombra gubernamental se prodigó en declaraciones contrarias a la OTAN y a lo que esa alianza político-militar representa. En 1981 Felipe González había alertado, incluso, de que «en España hay dos tipos de otanistas, los convencidos y los conversos», para añadir que si bien los convencidos son respetables, los conversos son peligrosos.
Herri Batasuna lo hizo en contra y, tras el resultado, destacó, una vez más, la necesidad de soberanía nacional. Euskadiko Ezkerra interpretó que la sociedad vasca era pacifista, si bien Kepa Aulestia no pudo evitar la ocasión para asegurar que eso también significaba que los vascos estaban contra ETA.
La pregunta del referéndum sobre la OTAN no fue todo lo clara que debería esperarse para una consulta popular. En cualquier caso, ninguna de las condiciones que se mencionaban en la papeleta fueron respetadas. Los efectivos militares de Estados Unidos de América continuaron donde estaban y no se redujeron, se les admitió la posibilidad de almacenar, instalar o introducir armas nucleares y, en 1997, ya con José María Aznar como presidente, el Estado español se incorporó a la estructura militar integrada. Pleno al tres.
Por cierto, cuatro años antes del referéndum España ya había sido reconocida como 16º miembro de la OTAN y, en enero de 1986, entró en la Comunidad Económica Europea.