La desintegración de la Unión Soviética en 1991 provocó una enorme crisis en el espacio postsoviético. La mayoría de sus ex-repúblicas siguen su propia senda mientras que la Federación Rusa ha vuelto su mirada hacia el pasado socialista.
*Homo Sovieticus / El Salto Diario
Los usos del pasado por parte de las sociedades actuales sirven para crear identidades en el presente. Sobre un determinado hecho histórico podemos observar diferentes memorias, diversas formas de recordar un acontecimiento. Por un lado estaría la memoria oficial, aquella que emplean los gobiernos para construir su relato histórico. Y por otra banda, la memoria individual que serían las vivencias y percepciones de los individuos sobre un determinado hecho que pueden diferir de la memoria oficial.
En algunos estados postsoviéticos como Ucrania, Estonia o Lituania asistimos a un proceso de descomunización por parte del poder político con el objetivo de acabar con el legado socialista dentro de sus territorios. Leyes donde estatuas de Lenin son derribadas, monumentos al Ejército Rojo son demolidos, símbolos comunistas son eliminados y nombres de calles o ciudades que pertenecían a prominentes figuras del pasado soviético son ahora pasto del olvido. Esta memoria oficial contraria al pasado comunista ha sido muy visible en antiguos países del Pacto de Varsovia como República Checa, donde todavía perdura el recuerdo de la entrada de las tropas del bloque soviético en la Primavera de Praga en 1968. Pero en Rusia el anhelo por los tiempos soviéticos ha perdurado y resuena con fuerza dentro del panorama político del país eslavo, ya sea en la memoria oficial o en la memoria individual.
La pervivencia de la identidad soviética
A inicios del siglo XX en Europa del Este se creó el primer estado socialista, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Un experimento de ingeniería social que transformó de forma radical las estructuras sociales, económicas y políticas de un inmenso territorio en aras de la búsqueda de una sociedad comunista. La toma de Berlín en 1945, la industrialización del país de los sóviets o el viaje de Yuri Gagarin al espacio exterior representan algunos de los grandes hitos de la historia soviética. Empero, la raspad (desintegración) de la URSS en 1991 provocó una grave crisis económica y desastres sociales que han dejado una importante huella en la sociedad rusa y en otras antiguas repúblicas soviéticas.
Los locos años noventa en Rusia trajeron incertidumbre, un aumento de la criminalidad con la aparición de los banditi y una oleada de privatizaciones masivas emprendidas por la administración de Borís Yeltsin. Mientras países como Lituania, Letonia o Ucrania habían conseguido su independencia con la caída del Estado soviético, proliferaba allí una historia de carácter nacional donde estas naciones buscaban separarse del pasado soviético y del control de Moscú que para ellos encarnaba el país de los sóviets. ¿Y hacia dónde debemos mirar nosotros? —Preguntaban los rusos— en tiempos donde una naciente Federación Rusa trataba de justificarse como la república heredera de la Unión Soviética. Es aquí donde va a permanecer la identidad soviética dentro de su sociedad.
La inestabilidad de los años noventa había potenciado la añoranza por un pasado que estaba muy presente en la memoria de los habitantes de la Federación Rusa
Los estudios realizados por el Centro Levada han puesto de relieve el gran recuerdo que existe hoy en día por los tiempos soviéticos en los ciudadanos rusos. Según sus encuestas, cerca del 60% de los rusos se lamenta de la caída de la Unión Soviética, un hecho que sigue muy presente en su mentalidad. Surge así la nostalgia, un proceso selectivo que puede ser colectivo o privado. Es una elección e idealización de determinados episodios que han influido en la vida de los individuos. La nostalgia comunista cobra así una vigorizante importancia en el espacio postsoviético y en concreto en la Federación Rusa, representando la exaltación de momentos añejos de unión entre las diferentes repúblicas soviéticas, que bajo su independencia ahora caminaban separadas hacia un futuro incierto. La identidad soviética había sobrevivido a la desintegración de la URSS y la inestabilidad de los años noventa había potenciado la añoranza por un pasado que estaba muy presente en la memoria de los habitantes de la Federación Rusa.
Tras los rastros de la Unión Soviética
Poco queda ahora de la Unión Soviética. Los viajes por los estados socialistas han dado paso a la irrupción de Dubái, Sharm el-Sheij o Hurgada como nuevos destinos de los rusos. Las antiguas medallas soviéticas del mercado de Izmailovo son ahora reliquias de una época pasada donde ya no tienen el mismo valor. Las colas para adquirir alimentos, un lugar que representaba un microcosmos de todas las nacionalidades del país de los sóviets, han abandonado la vida pública de los ciudadanos. En una Rusia postsoviética encontramos una gran infinidad de transformaciones con respecto a su época pasada, pero también pervivencias como el culto al trabajo o la importancia del deporte en la sociedad.
En lo que el ciudadano extraña es donde aparece la nostalgia. En las Brezhnevkas [grandes edificios de viviendas] de Dnipró se puede escuchar a una madre que echa de menos los tiempos de Nikita Khruschev y su juventud en los campamentos estivales. Momentos de adolescencia y felicidad, algo que muchos ciudadanos asocian con la Unión Soviética, esos episodios en los que eran jóvenes y a la vez vivían en una unión de repúblicas. Algo que también es percibido en el tren nocturno que une Moscú y San Petersburgo, donde una mujer del Cáucaso ruso recuerda su infancia en un apartamento comunal moscovita donde la sociabilidad y los lazos vecinales eran mucho más fuertes que en los tiempos actuales. El sentimiento de añoranza por estos tiempos se perciben también en Ucrania, Tayikistán o Bielorrusia, rememorando de forma positiva los momentos donde eran parte de un Estado socialista, aunque la política oficial de algunos gobiernos postsoviéticos decidan poner un punto y final en su trayectoria dentro de la URSS.
Las películas de Eisenstein, las vivencias de una nueva sociabilidad compartida dentro de los pisos comunales, o los felices veranos en los campamentos pagados por el Estado bolchevique, son cosas difíciles de olvidar
La televisión ha sido sin lugar a dudas un agente difusor de los recuerdos de los tiempos pasados. En ella se muestran las películas soviéticas, muy populares y admiradas. Un gran ejemplo es Ironiya sudby, ili S lyogkim parom (La ironía del destino, o goce de su baño) una obra de 1975 que sigue apareciendo cada año nuevo en los televisores rusos. Otros filmes gozan todavía de aclamación popular como Sluzhebny roman (Idilio de oficina) de 1977 con gran popularidad hoy en día. De esta forma la televisión ha extendido la idea de bonanza y alegría en un paraíso que se había perdido. El canal Nostalgiya nacido en el año 2004 es buena prueba de ello con su temática soviética e incluso con su logo representando el martillo y la hoz.
Las películas de Eisenstein, las vivencias y aventuras en una nueva sociabilidad compartida dentro de los pisos comunales moscovitas, los chistes soviéticos y sus canciones populares o los felices veranos en los campamentos pagados por el Estado bolchevique, son cosas que los individuos difícilmente pueden olvidar. Y es que lo que más echan de menos de la Unión Soviética no es que su país fuera una gran potencia que era capaz de rivalizar con los Estados Unidos —algo que sí era importante pero no era el principal factor de nostalgia— sino que había un gobierno que les garantizaba un empleo y les ofrecía estabilidad económica.
Según el estudio de Stephen White en Soviet Nostalgia and Russian Politics tener un empleo asegurado era el aspecto más positivo que recordaban los ciudadanos rusos, además de la solidez económica que proporcionaba el gobierno soviético. También valoraban una mayor igualdad social entre los individuos y observaban a la clase política como más cercana al pueblo que la actual. Y sobre todo añoraban la seguridad, ya que en aquellos tiempos no existía una sensación de peligro. Pero si hay un elemento que ha agitado esa sensación de paraíso perdido es el Partido Comunista de la Federación Rusa.
La nostalgia en la política y las calles
Una de las grandes razones que explican este sentimiento nostálgico es sin duda el protagonismo del Partido Comunista de la Federación Rusa en la vida política del gigante eslavo. Basta recordar que en otros países que antaño pertenecieron al bloque del este los partidos comunistas no han tenido una gran importancia en la esfera política, algo que sí ha sucedido en Rusia. La formación de Guennadi Ziugánov ha sabido utilizar muy bien la melancolía por el pasado socialista para ganar apoyos, algo que no ha podido funcionar en otros estados de Europa Oriental. Un partido comunista en un mundo postsoviético de forma inequívoca tiene que evocar el pasado socialista, algo que sin duda funciona en Rusia.
El partido es una adaptación del socialismo a los tiempos actuales donde no busca volver a la Unión Soviética y su sistema de gobierno dominado por el PCUS, época en la que no existían otras alternativas políticas legales. El Partido Comunista de la Federación Rusa se adapta al sistema de partidos de hoy en día, haciendo gala de un fuerte nacionalismo que reivindica a viejos héroes del pasado medieval como Alexander Nevski. Una nostalgia soviética instrumentalizada que ha conseguido que Ziugánov y sus muchachos sean el segundo partido más votado, formando parte de la oposición permitida.
Los símbolos de la era comunista siguen todavía presentes en las estaciones de metro moscovitas mientras que en otros países antaño bajo la órbita de Moscú están prohibidos el martillo y la hoz
Los símbolos de la era comunista siguen todavía presentes en las estaciones de metro moscovitas mientras que en otros países antaño bajo la órbita de Moscú están prohibidos el martillo y la hoz. No debemos olvidar tampoco que el himno ruso es una adaptación del himno soviético al que le han cambiado la letra y que cada 9 de mayo se hace un desfile con fuegos artificiales en honor a la toma de Berlín por parte del Ejército Rojo. Y algo que ha ocurrido recientemente, la inauguración de un monumento dedicado a Félix Dzerzhinsky, el fundador en los tiempos de Lenin de la policía secreta bolchevique, la Cheká. Claro está que esto representa la memoria histórica promovida por el partido del gobierno que, como en muchos casos, difiere enormemente de la memoria de sus ciudadanos.
El anhelo por la Unión Soviética no significa volver a los tiempos del Comunismo de Guerra de Lenin o al socialismo en un solo país de Stalin. Es el recuerdo que para muchos ciudadanos representaba una vida más estable después de los problemas que surgieron en los años noventa. Y sobre todo: es un fenómeno que tiene más fuerza en los ciudadanos más mayores, individuos que fueron jóvenes durante la etapa del gobierno de Brezhnev y Gorbachov, donde evidentemente el factor de la nostalgia por su juventud se une al hecho de que se producía durante la Unión Soviética, algo que la juventud de hoy en día no ha vivido y no puede echar de menos.
Los ecos de la Unión Soviética, aunque ahora ya está enterrada en las arenas de la historia, siguen retumbando con fuerza en Rusia y en los territorios ex-soviéticos. Pero como hemos visto, es desde Kaliningrado hasta Vladivostok en donde esos ecos suenan más fuerte y donde hay más oídos dispuestos a escuchar.