El fracaso político de la contraofensiva ucraniana

*Nahia Sanzo Ruiz de Azua / GeopolitikaZ (geopolitikaz.eus)

Ucrania comenzó 2023 sobre la cresta de la ola de las dos victorias obtenidas en el último cuatrimestre de 2022. Tras ralentizar hasta la parálisis la ofensiva rusa a lo largo de ese verano y después de una ofensiva fallida en la margen derecha del río Dniéper en la región de Járkov, las tropas de Kiev lograron en un solo fin de semana lo que tanto había costado ganar para Rusia. En un blitzkrieg que no ha logrado repetir desde entonces, Ucrania logró recuperar Izium, Balakleya, Kupiansk y prácticamente todos los territorios que Rusia había capturado en la región de Járkov en la primera mitad del año. La desordenada retirada rusa, los problemas logísticos y la debilidad mostrada permitieron que la ofensiva se extendiera hasta la captura de Krasny Liman incluso después de que Moscú hubiera anunciado ya la adhesión de la región a la Federación Rusa. Por primera vez desde julio, las tropas ucranianas llegaban a la frontera de Lugansk y amenazaban incluso la parte norte de la región.

La derrota de Járkov provocó cambios en los cuadros de mando y en la táctica y forzó al Kremlin a decretar una movilización parcial con la que intentar compensar el desequilibrio de efectivos que hasta entonces existía en el frente. Sin tiempo a Rusia para reclutar, equipar e instruir a esas 300.000 personas a las que aspiraba a movilizar, Ucrania amenazó el otro punto débil de las líneas rusas en el extremo opuesto: la ciudad de Jersón y el resto de territorios que las tropas rusas aún mantenían en la margen derecha del río Dniéper. El riesgo de condenar a la ciudad al destino de Mariupol en una lucha que consideró que no podía ganar y para la que había perdido la principal ruta de suministro, el ya entonces impracticable puente Antonovsky, obligó al comando ruso a retirarse renunciando a pelear por la única capital regional ucraniana que había capturado desde el 24 de febrero. En términos militares y políticos, Rusia se encontraba entonces en su momento de mayor vulnerabilidad.

En ese contexto comienza a dibujarse y anticiparse la contraofensiva con la que Ucrania iba a hacerse definitivamente con la iniciativa e iba a suponer un punto de inflexión para la guerra. El triunfalismo aumentó a medida que los planes avanzaban y Kiev lograba, paso a paso, gran parte del armamento exigido a sus socios, que mantenían en público y en privado una actitud de apoyo incondicional a las Fuerzas Armadas de Ucrania. El optimismo fue tal que altos cargos como Mijailo Podolyak llegaron a dar por hecho que la guerra estaría decidida en 2023. Sin embargo, ese optimismo logrado en la última parte de 2022 a costa de las dos victorias militares y en el primer trimestre de 2023 gracias a la exaltación política y mediática fue matizándose ligeramente a medida que se acercaba el momento del inicio de la operación militar terrestre cuyo objetivo estaba claro.

La configuración del frente hacía improbable un ataque sorpresa en una dirección que no fuera la que finalmente se produjo la primera semana de junio tras varios retrasos a la espera de la llegada del armamento occidental prometido. Pero, ante todo, eran los objetivos políticos de la contraofensiva los que iban a marcar la táctica y la estrategia. A lo largo de los meses de preparación de la operación militar, numerosos líderes políticos, entre ellos de forma más clara Emmanuel Macron, dejaron claro el objetivo político que acarreaba la ofensiva: utilizar la presión militar para mejorar la posición negociadora de Ucrania.

La diplomacia desapareció de la agenda política en abril de 2022, cuando Ucrania y sus socios rechazaron un acuerdo de resolución del conflicto que implicaba para Kiev concesiones territoriales y la renuncia a la OTAN a cambio de garantías de seguridad y la retirada rusa de todos los territorios a excepción de Donbass y Crimea. A la ruptura de aquellas negociaciones le siguió la prohibición por decreto de toda negociación política con Vladimir Putin y no han sido pocas las declaraciones ucranianas que han puesto como prerrequisito para cualquier diálogo la retirada completa de las tropas rusas del territorio ucraniano según sus fronteras de 1991. Frente a ese maximalismo de las autoridades ucranianas, que exigen asistencia occidental para lograr una victoria completa sobre la Federación Rusa, los aliados de Ucrania parecían haber planteado la ofensiva de 2023 como herramienta política. La ruptura del frente y el avance ucraniano obligaría a Rusia a sentarse en la mesa de negociación en posición de debilidad aunque no se produjera una derrota definitiva.

Es ahí donde puede observarse el mayor fracaso de la contraofensiva de Zaporozhie, que comenzó la primera semana de junio y en seis meses no ha logrado ninguno de sus objetivos políticos o militares. La aceptación del fracaso militar que ha sufrido la operación ha permitido en las últimas semanas la publicación en los grandes medios estadounidenses de información sobre los objetivos, planes y expectativas. Esas publicaciones han confirmado especialmente las excesivas expectativas que Ucrania y sus socios habían creado para la principal, en realidad única, apuesta para el año 2023. El ejemplo más claro se ha producido en el que siempre iba a ser el frente principal, el de Zaporozhie. Era ahí donde las tropas ucranianas podían, de tener éxito, presionar a Rusia en el lugar más comprometido, la verdadera línea roja para Moscú: Crimea. Como han publicado los medios estadounidenses, el objetivo era saturar las defensas rusas utilizando los carros blindados suministrado por Occidente y lograr una ruptura inmediata del frente que no se produjo. Ni Ucrania ni sus socios habían tenido en cuenta la capacidad rusa de preparar la defensa para una ofensiva que había sido anunciada y en la que adivinó la dirección ni tampoco su capacidad para impedir el paso de los carros con el uso de minas y de controlar sus movimientos  con el uso de drones. El resultado de los últimos seis meses en el frente de Zaporozhie puede resumirse en que el máximo avance logrado en este tiempo, la captura de Rabotino, era lo que Ucrania esperaba lograr en las primeras 24 horas. Tras esa captura, que habría implicado superar la primera línea de defensa rusa, las tropas de Kiev esperaban progresar en varias direcciones, aunque la principal había de ser la de Melitopol, ciudad considerada la llave para Crimea.

Los campos de minas, la eficiente mejora en la actuación de las tropas rusas y el creciente uso de drones tanto en labores de vigilancia como de ataque, han dificultado a Ucrania, no solo romper el frente, sino incluso llegar a esa primera línea de defensa. Melitopol, la capital de la parte de Zaporozhie bajo control ruso y nudo de comunicaciones clave para el objetivo de cortar en dos la zona dominada por la Federación Rusa, no ha sido siquiera un personaje secundario en la narrativa de la contraofensiva, que ha tenido que conformarse con Rabotino, una pequeña aldea completamente destruida por la que Ucrania luchó durante semanas. Una vez capturada, las tropas ucranianas no pudieron tampoco capitalizar ese avance para construir un mayor éxito. Rodeada por tres de los cuatro lados, la zona se ha convertido en una bolsa de fuego en la que las tropas de Kiev han continuado sufriendo bajas.

En diciembre, semanas después de que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania Valery Zaluzhny admitiera que el frente se encuentra en punto muerto, Volodymyr Zelensky anunciaba una nueva fase de la guerra en la que las tropas ucranianas debían atrincherarse para defender sus posiciones. El invierno ha llegado y se ha convertido en el argumento con el que justificar el final de la ofensiva. Al contrario que hace un año, cuando eran las tropas rusas las que, con la única excepción del lento y costoso avance sobre Soledar y Artyomovsk, se planteaban como objetivo principal la defensa, es ahora Ucrania quien siente haber perdido la iniciativa. Aunque sin una captura importante que presentar como gran éxito, las tropas rusas avanzan ligeramente al oeste y al norte de Donetsk, tratando de confirmar haber recuperado la iniciativa perdida en el verano de 2022. Y al contrario de las declaraciones de Volodymyr Zelensky, que afirmó que Rusia -en sus palabras, Vladimir Putin- no había logrado ni uno solo de sus objetivos para el año, la labor principal de las tropas rusas era garantizar que no se produjera un progreso militar ucraniano que cambiara en favor de Kiev.

Evitar una ruptura del frente era, en 2023, más importante que cualquier pequeño avance que pudiera producirse. Rusia, como Ucrania intenta hacer ahora, se ha preparado para una guerra larga en la que la capacidad demográfica, industrial y de movilizar recursos para mantener el esfuerzo bélico ganan importancia. Hace unos días, la Unión Europea anunció su enésimo paquete de sanciones, un intento más de lograr lo que no ha podido conseguir con los anteriores. De la misma forma que Rusia no logró realizar un ataque relámpago que sitiara Kiev y obligara a Ucrania a someterse al diktat ruso y Ucrania no lograra lo propio con su intento fallido de ruptura del frente, tampoco la Unión Europea y Estados Unidos han conseguido nunca derrotar a la economía rusa, que pese a los efectos secundarios en forma de inflación, se ha mantenido con mayor fortaleza de la deseada por Washington y Bruselas. Con más fuerza económica de la esperada por los aliados de Kiev y tras haber recuperado gran parte de la iniciativa perdida, Rusia se encuentra ahora en una situación mucho más favorable que hace un año.

La fortaleza de Moscú coincide con el momento de mayor debilidad de Kiev, con sus tropas desgastadas tras seis meses de ofensiva fallida y con un fuerte retraso en la aprobación de los nuevos fondos de Estados Unidos y la Unión Europea con los que tratar de reiniciar el ciclo. 2023 no ha supuesto el punto de inflexión que Ucrania y sus socios esperaban, pero incluso ahora, el objetivo sigue siendo la resolución del conflicto por la vía militar. De ahí que Ucrania siga buscando armas milagrosas y financiación continua para anunciar nuevas ofensivas. Un año después, pese al fracaso de la ofensiva de Zaporozhie, el objetivo sigue siendo el mismo: lograr por la vía militar debilitar la posición negociadora de Moscú, única circunstancia en la que Ucrania está dispuesta a dialogar con Rusia. Para ello, la asistencia militar, económica y financiera de sus socios sigue siendo el principal prerrequisito.