¿Y la guerra?

Ucrania no ha formado parte del debate electoral porque ningún partido se plantea siquiera ya no digo romper, sino cuestionar mínimamente el consenso tácito a favor de su continuidad y de la provisión de armas

Ignacio Etxebarria / Revista Contexto (ctxt)

Es como si la tan traída y llevada “guerra cultural” entre la izquierda y la derecha hubiera echado al olvido la guerra de verdad, la que se hace con armas y cuerpos, la que produce destrucción y muerte (más destrucción, más muerte). ¿Dónde está la guerra en esta campaña electoral? Nadie habla de ella, y sin embargo, ¿hay alguna cuestión más importante? ¿Piensa el ciudadano medio que las políticas que hagan unos u otros, ya gane Frankenstein o Nosferatu, van a tener más incidencia ya no digo en el planeta, en el mundo, en Europa, en la economía, sino en nuestra vida cotidiana, en nuestro futuro a corto, medio y largo plazo, que las que determine el desarrollo de la guerra de Ucrania, de esta guerra del fin del mundo?

Repaso los titulares de esta revista en las últimas semanas y apenas encuentro unos pocos relativos a la guerra, casi ninguno en que se relacione la guerra y la campaña electoral. Y eso que esta revista ha sido uno de los medios más independientes y rigurosos a la hora de tratar informativamente la guerra y denunciar sus desmanes y mentiras. Aquí se vienen publicando los excelentes análisis de Rafael Poch, aquí las declaraciones de Noam Chomsky, aquí los artículos y reportajes de Seymour Hersh, entre otros.

En Escritos Contextatarios, el sello editorial que ampara esta revista, se han publicado libros tan interpeladores como Ucrania, la guerra que lo cambia todo, de Rafael Poch, o ¡Americanos, es hora de irse!, de Oskar Lafontaine, también entrevistado para CTXT. Se diría que si de un medio español cabía esperar que sacara a colación el asunto de la guerra y hurgara en las posiciones que respecto a la misma adoptan los partidos de izquierda, ese medio era CTXT. Pero no ha sido así.

¿Por falta de candidatos? ¿Porque los analistas de la política nacional piensan que la guerra se juega en otra liga, que no condiciona decisivamente nuestro marco de libertades, de actuación, de prioridades?

Al 13 de abril se remonta la última intervención de Pablo Iglesias en la que alude abiertamente a esta cuestión, todavía en el marco de la trifulca entre Podemos y Sumar. De ahí pasamos, el día 2 de este mes de julio, a la entrevista que Pascual Serrano hizo al diplomático Agustín Santos Maraver, embajador de España en la ONU, designado como número dos de la candidatura de Sumar en Madrid.

La lectura de la entrevista deshace toda esperanza de que la izquierda alternativa al PSOE plantee, siquiera testimonialmente, el más mínimo cambio de actitud con respecto a la guerra. Las declaraciones de Maraver –buen amigo, al parecer, de Josep Borrell– no pueden menos que provocar desazón entre quienes pensamos que debería ser una prioridad absoluta poner todos los medios a nuestro alcance para parar la guerra y nos resistimos a que se comprometan recursos decisivos para satisfacer las demandas insaciables de Zelenski. Nada de lo que dice Maraver permite pensar en que, si a partir del resultado de la elecciones del 23-J se formara un gobierno de coalición entre el PSOE y Sumar, cambiara en absoluto el seguidismo de España respecto a las consignas de la UE y de la OTAN. La suya es la cháchara tecnocrática y ecuménica de los diplomáticos profesionales. Y la consabida monserga: “La responsabilidad de esta guerra corresponde al régimen oligárquico y securitario de Putin. No hay ninguna duda sobre eso y hay cuatro resoluciones de la Asamblea General, con 141 votos detrás, que lo corroboran. Y que marcan los objetivos para acabar esta guerra, que es restablecer la Carta de Naciones Unidas en cuanto a la soberanía e integridad de Ucrania. Mientras Ucrania sea agredida, la Carta le confiere el derecho de autodefensa y de armarse donde y como pueda para ello”.

Pues vamos apañados.

La guerra de Ucrania no ha formado parte del debate electoral porque ninguno de los partidos que compiten por los votos de los españoles se plantea siquiera ya no digo romper, sino cuestionar mínimamente el consenso tácito a favor de su continuidad –la de la guerra– y de la provisión de armas a Ucrania.

Pero si la izquierda no se atreve a plantear este debate, o lo hace solo vergonzantemente, ¿qué cabe esperar de sus políticas reales?

Aceptar la partida que se está jugando en Ucrania, y aceptarla en los términos en que la ha planteado la OTAN y su fiel vasalla, la UE, significa cerrar todo horizonte a un cambio de rumbo en la trayectoria suicida de Occidente, en las conductas criminales del capitalismo más desbocado, al servicio de la industria armamentística y de los intereses comerciales y geoestratégicos. Las cifras sobre el aumento del gasto militar en los últimos meses son abrumadoras. Y la escalada no ha hecho más que empezar, en una Europa en la que proliferan los gobiernos con la extrema derecha. En España, los presupuestos generales del Estado del año 2023 asignaron al sector militar un aumento de 13.524 millones de euros. Entre el 24 de enero de 2022 y el 24 de febrero de 2023, la ayuda militar a Ucrania ascendió a 320 millones de euros, la financiera fue de 350 millones, y la humanitaria de 50 millones. A lo que hay que sumar otros gastos, como los generados por la instrucción militar de más de 850 civiles ucranianos a la contribución con 48 millones de euros al fondo del Grupo Banco Mundial para mantener la capacidad administrativa y los servicios esenciales en Ucrania. Y la cosa, repito, no ha hecho más que empezar.

¿Calderilla?

Pura calderilla: eso es lo que la izquierda disputa a la derecha –pero no sólo en España– en unas elecciones en que se obvia por completo la amenaza mayor que pesa sobre el mundo, sobre su seguridad, sobre su habitabilidad, sobre las posibilidades de rebajar o simplemente contener sus cada día más terribles –y cercanas– desigualdades.

Bien es cierto que con calderilla nos arreglamos todos, o casi todos, por lo que recoger o no una moneda de más no deja de ser una razón legítima para saltar al cuello de quien se interponga en la tarea. Sobran los motivos para defender a sangre la esquina en que no pega tanto el sol, en que pasan más transeúntes y se reciben menos humillaciones cuando la limosna cae en el platillo.

Pero hubo un tiempo en que la batalla era otra.

Hubo, no hace tanto, un tiempo –parece mentira– en que la guerra era una cuestión que importaba. Una cuestión de vida o muerte, que es lo que se juega en las guerras.