La criminal acción de los neofascistas ucranianos en la tercera ciudad de este país, fueron la antesala al conflicto que hoy se afecta al mundo. Desde 2014, la comunidad internacional guarda vergonzoso silencio
*Harold Olave M. / Semanario Voz (semanariovoz.com)
Hace nueve años escribí para VOZ el artículo Odesa y las garras del impero. En el narraba como las hordas neonazis sitiaban y prendían fuego a la sede de los sindicatos en Odesa, donde se encontraban refugiados líderes sindicales y miembros del Partido Comunista de Ucrania. En el asalto cayeron heridas más de 200 personas, mientras que 48 murieron quemadas o asesinadas a golpes.
Para ese entonces en el artículo señale que: “Con su orgía de sangre, los neonazis mandan una señal al mundo de lo que son capaces de hacer, nada aquí fue al azar, como tampoco lo fue el surgimiento del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania; el imperio con esta acción, una vez más, declara la guerra a la razón”.
Hoy esta masacre sigue impune. En la retórica gubernamental ucraniana, las víctimas fueron responsables de lo sucedido.
Los caminos del nazismo ucraniano
En la Segunda Guerra Mundial durante la invasión nazi a la Unión Soviética, URSS, diferentes grupos nacionalistas ucranianos se hicieron aliados de los alemanes, entre ellos la Organización de Nacionalistas Ucranianos, en su vertiente OUN, al mando de Stepan Bandera, que después serán parte del Bloque Anti-bolchevique de los Pueblos, ABN, y del Ejército Insurgente Ucraniano, UPA.
Stepan Bandera, nacionalista de vieja data, es entrenado militarmente por el ejército nazi, recibiendo adoctrinamiento anticomunista, basado en el ultranacionalismo y en el antisemitismo. Durante la invasión nazi, en los territorios ocupados por la UPA, este participó directamente en hostigamientos, persecución y asesinatos de judíos y comunistas, con un saldo de más de 40 mil personas asesinadas; con el compromiso inquebrantable con el nazismo y ante el avance de las tropas de la URSS, organizó un destacamento de nacionalistas ucranianos, en defensa de Berlín.
Terminada la guerra, este se refugia en Alemania Occidental y posteriormente se vincula a los servicios secretos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y de Alemania Occidental, donde desarrolla actividades conspirativas y de espionaje contra la URSS. Este finalmente cae asesinado el 15 de octubre de 1959.
Una nueva camada neonazi
Con estas premisas no es extraño que los neonazis en Ucrania, bajo los ideales nacionalistas y anti rusos de Bandera, se fuese incubando, auspiciados por el imperialismo occidental, que los alienta a tomar acciones tras los viejos ideales, preparándolos para hacerlos sus principales aliados, en el propósito de integrar a Ucrania a la Unión Europea, UE, y posteriormente su ingreso a la OTAN, para de esta manera cercar militarmente a la Federación Rusa.
Aprovechando el conflicto étnico-territorial, en regiones como el Donbás, Lugansk y Donetsk, mayoritariamente de descendencia rusa, las cuales proclamaron su independencia, exacerbaron a los ultranacionalistas en su sentimiento anti ruso y en la construcción de una nueva retórica anticomunista.
Este sentimiento tiene su mayor expresión en Euromaidán, europlaza para nosotros, como se le denominó al levantamiento nacionalista en Kiev, que culminó en el golpe de Estado el 22 de enero del 2014, donde los grupos neonazis organizadamente hacen su aparición, enarbolando banderas ucranianas, entreveradas con simbología nazi, al lado de la ondeante bandera de la UE y de los Estados Unidos. Lo que da pie a no hablar propiamente de nacionalismo y sí, más bien de neonazis, engendrados en las entrañas del imperialismo, que se cubren con la piel de oveja de la Unión Europea, mientras muestran las garras y dientes de la OTAN.
El doble juego diplomático
Lo anterior nos permite entender el doble juego en la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando en diciembre del 2021 Rusia propone una resolución contra la “glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que promuevan el racismo, la xenofobia y la intolerancia”, a la cual solo los Estados Unidos y Ucrania votaron en contra de la moción, quedando en evidencia la complicidad.
A la vez surge otro cuestionamiento. Si los países de la UE votan a favor de la resolución, ¿por qué siguen financiando al régimen de Kiev que, con desfachatez, soporta su aparato bélico con batallones neonazis, que además desfilan con estandartes del Tercer Reich de Adolf Hitler?
Agónica hegemonía y la guerra
Hace nueve años se forjaron las condiciones para lo que hoy está sucediendo, una guerra entre Ucrania y Rusia, o más bien entre la OTAN y Rusia. Estos son los mismos actores que, en nombre del viejo orden mundial y su idea de libertad y democracia, han puesto al mundo al borde de una tercera guerra mundial.
Para tal fin siempre estará la marioneta de turno, seres mediocres como fue Hitler –en la repartición del mundo a mediados del siglo pasado– y hoy Zelensky, que el imperialismo engrandece, en su afán por mantener su agónica hegemonía, en respuesta al creciente fortalecimiento de nuevas potencias, donde China y Rusia pujan por un nuevo orden mundial, que abra el camino hacia un mundo multipolar dentro de la órbita capitalista.
Podemos entender entonces la guerra en Ucrania como la resultante de movimientos geoestratégicos, donde la carrera armamentista se dispara, generando nuevos focos de tensión en Asia, África, Oriente Medio. Así mismo, Ucrania ha devenido un campo experimental de guerra híbrida, donde el discurso nacionalista de Zelensky, simplemente queda en retórica que destila odio, mientras cede cada día más su territorio a la OTAN, y más específicamente a las ambiciones de Estados Unidos en establecer un enclave próximo a Rusia, en una nueva edición de la guerra fría.
La paz y los comunistas
El Partido Comunista de Ucrania –como el conjunto de la clase obrera de este país–, tras los acontecimientos de 2014, han sido duramente golpeado. Los comunistas, junto a otras fuerzas políticas democráticas, fueron ilegalizados y expropiados, muchos de sus activistas están encarcelados. Mientras los vientos de guerra avanzan, miles de puestos de trabajo se han destruido y los derechos sindicales restringido.
Los comunistas hemos hecho de la lucha por la paz una de nuestras principales reivindicaciones, en el entendido de que esta hace parte de la esencia humana; no se puede hablar de democracia, libertad o desarrollo si no hay paz. Por eso no somos partidarios de las guerras que deshumaniza, destruye pueblos y naciones, trayendo la barbarie, la pobreza, el atraso, y que son el instrumento principal del gran capital imperialista para imponer su voluntad sobre los pueblos.
Las guerras imperialistas ante todo son guerras de clase, donde las masas trabajadoras pierden derechos y se precariza el trabajo, los pueblos se empobrecen, mientras el capital transnacional acumula más riqueza y el imperialismo se recompone.
Por eso derrotar la guerra en Ucrania y consolidar la paz son también una victoria de las masas trabajadoras a nivel mundial, en su incansable lucha por la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo orden mundial democrático, solidario, libre, donde prime la naturaleza, la vida digna y la felicidad humana.