*Jose Manuel Olarieta / MPR21 (mpr21.info)
En 1939 acusaron a la URSS de repartirse Polonia con el III Reich por la firma del Pacto Molotov-Von Ribbentrop. En 1945 la imputación subió de tono: la acusaron de repartirse Europa en el Tratado de Yalta. Luego se la calificó de país “socialimperialista”.
No es extraño que ahora, a pesar de su desmantelamiento, se mantenga ese calificativo u otros parecidos hacia Rusia, que fue el núcleo fundacional de la URSS. ¿Para qué se desmanteló la URSS?, ¿para convertir a un país imperialista en otro de la misma naturaleza?
Pero nadie es capaz de explicar cómo se producen esas transiciones y retrocesos, que deben tener un carácter histórico tan importante como las propias revoluciones, porque convierten a un país en su contrario.
En ciertos análisiss, como el que ha publicado Izar Gorri (*), ese tipo de fenómenos surgen por arte de magia, casí de la noche a la mañana. A falta de explicaciones, el autor del artículo sale al paso con frases y tópicos trotskistas. En 1939 los trotskistas decían que los soldados alemanes de la Wehrmacht eran proletarios de uniforme, reclutados a la fuerza. El autor dice exactamente lo mismo: los soldados ucranianos “son proletarios secuestrados por el Ejército ucraniano” (pg.10).
Los nazis no son los ucranianos, sino los rusos. “Rusia es el país del mundo donde hay más neonazis”. O quizá habría que matizar: tanto unos como otros son (igualmente) nazis, que no es más que la conclusión de toda una retahíla de tautologías: todos los países capitalistas son iguales (todos ellos son capitalistas) y, a su vez, todos los países capitalistas (o por lo menos, los más grandes) son imperialistas.
A continuación la letanía sigue encadenando una frase detrás de otra: no hay “imperialistas buenos”, una frase caraterística de los falsos internacionalistas, que se lavan las manos y se declaran neutrales entre “unos y otros”. Estamos contra todos, proclaman, porque todos son iguales. “El proletariado necesita la aniquilación total del imperialismo en todas sus formas” (pg.9). Al autor sólo le faltaba añadir que esa aniquilación se deberá lograr en todas partes y al mismo tiempo, o sea el viejo trotskismo de siempre.
Como todo es igual, las intervenciones rusas en el extranjero quedan equiparadas a las del Pentágono. Da lo mismo que entres en la casa de otro con o sin invitación. Si Rusia lleva al ejército ruso a Siria no es para apoyar a un gobierno legítimo de una agresión exterior, sino con segundas intenciones, que nadie ha explicado aún (pero tiene que haberlas).
El ejército ruso mata igual que el estadounidense. En África ha cometido masacres indiscriminadas como la de Moura (pg.6), matando a “200 civiles”, lo mismo que en Alepo también mataban a los civiles porque así se ganan las guerras, sin necesidad de acabar con las tropas enemigas. Es una auténtica vergüenza tener que leer este tipo de falsedades en un medio como Izar Gorri, que están sacadas de la propaganda imperialista francesa.
Los países imperialistas exportan capital, que es uno de sus rasgos económicos característicos, pero no todos los países que exportan capital son imperialistas. Los trotskistas ya lo dijeron también cuando la URSS construyó la presa de Asuán, la mayor obra de ingeniería del siglo pasado en África. Para ello la URSS no sólo tuvo que exportar capitales para pagar un tercio del importe de las obras, sino que envió maquinaria e ingenieros que estuvieron trabajando en el lugar durante once años.
No hay nada más alejado de un saqueo económico imperialista. La presa de Asuán no se construyó para evitar las inundaciones en Leningrado, ni los soviéticos se llevaron la electridad a la URSS. La gigantesca infraestructura se quedó en Egipto y cambió la historia del país para siempre. Nadie en África lo ha podido olvidar.
Cualquiera sabe, excepto el autor del artículo, según parece, que en los mercados financieros internacionales Rusia no tiene ningún peso, ni como inversor público, ni tampoco a través de sus bancos privados. Rusia no pinta nada en ninguna de las instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. El rublo nunca ha sido una divisa de reserva para ningún banco central de ningún país y, desde luego, no puede hacer sombra al dólar.
Rusia también vende grandes cantidades de armas a otros países. Es una de sus exportaciones más importantes porque son muchos los países que las demandan. Pero en la venta de armas no sólo importa el volumen o el precio, sino también a quién se entregan y por qué. Las armas entregadas a Vietnam a través de la famosa ruta Ho Chi Minh, se utilizaron para derrotar a los imperialistas estadounidenses. Las armas vendidas a Mali sirven para sacar a los yihadistas y al ejército francés del país.
No cabe duda de que al gobierno ruso se le pueden imputar muchos defectos, empezando por aquellas que tienen relación con su naturaleza capitalista, que es indiscutible. Pero para ese recorrido no hacen falta tantas alforjas, porque lo que se pretende debatir es si Rusia tiene razón al desencadenar una guerra contra la OTAN en Ucrania, y ahí sólo cabe una respuesta posible, no apta para diletantes: la guerra de Rusia es totalmente legítima.
Por consiguiente, no cabe dejarse engañar por las apariencias: con todos sus defectos, Rusia se defiende de una agresión de las potencias imperialistas y, en tal contexto, es absolutamente canallesco calificar a la víctima como país imperialista y equipararla a sus agresores.
El imperialismo es la sustitución de la libre competencia por los monopolios, que son capaces de dominar un mercado mundial. Para ello, a los monopolios no les bastan sus propias fuerzas. Necesitan un determinado tipo de Estado capaz de sostener esa dominación, no sólo frente a la competencia, sino a otros Estados. Es lo que habitualmente se denomina como “hegemonía”, que es tanto económica como política, militar e ideológica.
En 1945 Estados Unidos obtuvo su hegemonía en una parte del mundo, asociado a un reducido grupo de grandes potencias, y desde entonces pretende imponerla, no sólo a los países socialistas, sino al resto del mundo, cualquiera que sea su modo de producción, es decir, incluyendo a otros países capitalistas. Esos países tratan de sacudirse el sometimiento de Estados Unidos y sus socios, cuya forma más atroz es la guerra. Su lucha es absolutamente justa y merece el apoyo de los antimperialistas de verdad.
(*) http://izargorri.info/a-vueltas-con-el-imperialismo-ruso-una-critica-al-antiimperialismo-selectivo/