Bruno Carvalho es periodista portugués. Desde el 28 de marzo, ha estado informando como corresponsal de guerra en el Donbass, donde permaneció más de seis meses como el único periodista de la península ibérica en esta región. Sus trabajos se han publicado en CNN, Nòs Diário, Gara o Público de Portugal. Mundo Obrero aprovechó su presencia en el acto “La guerra de Ucrania, cementerio de la verdad”, organizado en Oviedo por el Partido Comunista de Asturias, para entrevistarlo sobre una de las realidades más silenciadas de esta guerra, que en el Donbass se ceba con la población desde hace 8 años.
G.B: ¿Cuáles son los actores que están interviniendo en el frente del Donbass?
B.C: Hay que considerar que este frente está activo desde 2014, y a raíz del golpe de Estado del Maidan (noviembre 2013-febrero 2014), cuando se da el proceso de rebelión popular en Ucrania en contra de ese golpe, y se produce la masacre en la casa de los sindicatos de Odesa (mayo de 2014), a partir de ahí empieza la guerra civil. Ya había fuerzas de Ucrania en esa línea de contacto que fue definida después por los acuerdos de Minsk (septiembre de 2014).
Ahí están el ejército nacional de Ucrania, que incluye los batallones neonazis como el batallón Azov, el batallón Aidar, y otros grupos que tienen conexiones con partidos políticos. Estamos hablando de un frente que siempre ha estado activo. Ahora mismo, entre estas fuerzas de Ucrania, hay muchos extranjeros combatiendo: miles de polacos y de otras nacionalidades que están involucrados directamente en los combates. Por ejemplo, hace poco tiempo el New York Times publicó una información de que, según sus fuentes, la operación que hizo retroceder a las fuerzas rusas en el frente de Járkov hacia Lugansk, había sido diseñada por las autoridades de EEUU y de Inglaterra. Hay una implicación de la OTAN muy fuerte, no solamente en el envío de armas, sino también en la inteligencia, con soldados en el terreno, con expertos en artillería pesada y gestionando operaciones militares.
Del otro lado, siempre han estado las milicias de las repúblicas populares de Donetsk y de Lugansk, que también habían sido conformadas por diferentes batallones con distintos nombres, brigadas, etc, con diferentes intereses, líneas políticas e ideológicas, que luego se conformaron como milicias para estar mejor organizadas como ejército regular de estas dos repúblicas. Y a partir del 24 de febrero se sumaron también las fuerzas rusas, que no son solamente rusas: hay soldados de Chechenia, de Daguestán, de Crimea, de Osetia, de diferentes partes de la federación rusa que están combatiendo en el Donbass. Hoy hay un proceso de integración de los ejércitos de Donetsk y Lugansk en las fuerzas armadas rusas a raíz de la adhesión de estos territorios a la Federación Rusa. Y también está el grupo mercenario Wagner, profesionales pagados que combaten en esa zona del Donbass.
Hay diferentes realidades, muchas contradicciones y muchos actores que están en este momento combatiendo.
G.B: ¿Cuál es el estado de la moral de la población civil en el Donbass, que lleva tantos años sufriendo bombardeos, ataques a edificios civiles, etc? ¿Cuál es el estado de ánimo de la población y cuál es el principal anhelo que la gente tiene en esa zona?
B.C: Cuando estuve por primera vez en 2018 ya la gente se quejaba de por qué Rusia no venía a salvarlos, ya había bombardeos y ataques por parte de Ucrania. Luego volví el 28 de marzo de este año y me he quedado 6 meses. Y a lo largo del tiempo, he visto diferentes realidades. El 24 de febrero lo que la gente me contó es que la población civil celebró la entrada de Rusia, pero ahora mismo hay una situación de incertidumbre: la gente está agobiada, tiene miedo, vive con desesperanza porque ahora viene la resaca de entender que las cosas no van a ser tan rápidas como creían.
«Ucrania comete crímenes de guerra de forma permanente, sistemática e intencionada. Hay intención de castigar de forma colectiva a un pueblo que siempre se ha demostrado pro-ruso».
Desde febrero se intensificaron los bombardeos sobre la población civil. Pero a partir de mayo la cosa se agravó mucho, yo fui testigo de ello: empezamos a ver cómo caían proyectiles y ya no sólo en los barrios de la periferia, sino en el mismo centro de Donetsk. En los últimos dos días toda la ciudad ha sido intensamente bombardeada. Para darte una idea, ayer (2 de diciembre) murieron 5 civiles y 17 quedaron heridos. Pero esto es una realidad permanente. Hay una media de 100 proyectiles cayendo todos los días en la ciudad de Donetsk. Hasta hace 15 días, había un número de 2100 civiles heridos desde febrero de este año; con más de 500 muertos, entre ellos 23 niños; 89 personas que han perdido algún miembro inferior al pisar minas antipersonales en Donetsk.
A mí me sorprenden, como periodista, los ataques a una ciudad que no tiene una presencia militar significativa, porque el frente está fuera de la ciudad. El 90% de los objetivos sobre los que dispara Ucrania en Donetsk son civiles. Voy a hablar sólo de lo que yo he visto: hospitales atacados, 2 maternidades, 4 hoteles, ya no hablo de las zonas residenciales, porque eso es todo el día; escuelas, universidades, transportes, autobuses, mercados, supermercados, tiendas normales, peluquerías, etc. Por lo tanto, tú puedes salir al supermercado, despedirte de tu familia y no volver. Yo he visto escenarios de absoluta carnicería. He presenciado una masacre en la Plaza Comisarios de Bakú en la que murieron 13 personas, dos niños entre ellas. Cuando llegué había pedazos de cuerpos por todas partes. Los testigos que estábamos allí nos quedamos boquiabiertos, no conseguíamos explicarnos esa situación, porque es un centro de comunicaciones y de comercio, y por lo tanto ahí se concentraba mucha gente. Yo he visto muertos en el mercado abierto de Donetsk, donde murieron 6 personas. He visto gente muerta dentro de autobuses; delante del hotel Donbass Palace; el hotel donde viví yo durante dos meses fue bombardeado, lleno de periodistas.
No hay ninguna duda de que Ucrania comete crímenes de guerra de forma permanente, sistemática e intencionada. Hay intención de castigar de forma colectiva a un pueblo que siempre se ha demostrado pro-ruso, no solo en los diferentes procesos electorales a lo largo de la historia de Ucrania desde 1991, sino también después, cuando empezó la guerra civil. Un pueblo que siempre ha deseado salir de Ucrania: a través de la independencia o de la adhesión a la federación rusa.
La población vive una situación muy difícil, donde falta todo, empezando por el agua. Hay un problema ahora mismo con la calefacción de las casas, porque la mayoría de los trabajadores están combatiendo en el frente, la clase trabajadora del Donbass está totalmente movilizada: profesores, mineros, obreros industriales, están combatiendo. Eso genera dificultades en la ciudad. Es una situación muy difícil, con todo el silencio que hay en los medios occidentales sobre lo que pasa en el Donbass, que hace que la gente sienta mucha repulsa por las posiciones políticas de los gobiernos occidentales.
Cuando les preguntaba si no les preocupa que occidente no reconozca los referéndums me decían: “A nosotros ¿qué más nos da la posición de occidente, si nunca quisieron saber de nosotros?”
«Hay una clara intencionalidad de hegemonizar un determinado relato sobre esta guerra para imponer un discurso y una visión a la ciudadanía».
G.B: De esos bombardeos en Donetsk de los que tú has sido testigo, no recuerdo imágenes, como sí tengo en mi retina otras imágenes que han abierto los telediarios cuando ha habido bombardeos en Kiev. Si están las imágenes, ¿por qué no se difunden? ¿Cuál es el mecanismo que hace que se pueda silenciar crímenes tan graves como los que tú describes?
B.C: Yo he sido durante muchos meses el único periodista de la península ibérica en todo el Donbass, en ese lado del conflicto. Algunos colegas portugueses me han pedido ayudarles a entrar en el Donbass pero luego me han dicho que no podían ir porque las direcciones de sus medios no querían. Hay una intencionalidad. ¿Cómo es que hay un único periodista de la península ibérica y miles de periodistas del otro lado? Este desequilibrio implica una intencionalidad, de no darle voz al otro lado del conflicto. Lo digo porque soy consciente del grado de excepcionalidad que vivo yo como profesional trabajando para grandes medios. CNN Portugal pasa mis trabajos, pero yo soy uno. Luego hay miles de trabajos del otro lado que pasan a todas horas. A mí me pasan 3 minutos en un día, y del otro lado pueden pasar 30 minutos. Hay una clara intencionalidad de hegemonizar un determinado relato sobre esta guerra para imponer un discurso y una visión a la ciudadanía.
Yo no pido que el enfoque esté en el lado de Rusia. Yo pido que se de la misma cobertura a las dos partes. Porque los civiles del Donbass no son menos civiles que los civiles del otro lado: mueren igual, sufren igual, y además sufren desde hace mucho tiempo, desde 2014, y me parece que es inhumano cerrar los ojos a lo que está pasando ahí.
G.B: ¿Por qué EEUU y la UE, que están claramente alineados en este conflicto, tienen tanto miedo de la información, censurando abiertamente medios de comunicación en territorio europeo?
B.C: La verdad siempre es revolucionaria, en el sentido de que ayuda a despertar, a crear conocimiento, a entender mejor lo que pasa. Uno de los detalles que me parece más alucinante es que buena parte de los trabajos periodísticos que se hacen sobre la guerra no tienen contexto: cubren la muerte de alguien, el ataque a un puente, pero no hay contexto, no explican cómo empezó esta guerra, un contexto más político, y eso es para evitar que tengamos una lectura histórica de los hechos.
Al prohibir medios como RT y Sputnik, y al no dejar que estos medios vayan al Donbass lo que se evidencia es que la información es parte de este conflicto. Nosotros sabemos que la propaganda y la desinformación son un arma más en cualquier guerra, también en el lado de Rusia. Por tanto, el objetivo de los medios debería ser romper esos obstáculos, discernir lo que es propaganda de lo que son hechos ciertos. Y eso no está pasando. Si el Ministerio de Defensa de Ucrania saca un comunicado diciendo que hay un aviador que consigue destruir todos los aviones rusos y nadie sabe su nombre, etc. lo publican como si fuera verdad. Así pasó, y luego se supo que era mentira, que no existía este “fantasma de Kiev” como le llamaban. Estamos viendo cómo los medios están participando directamente en este esfuerzo de guerra: nosotros somos parte de esta guerra, no sólo enviando armas, dinero, apoyo logístico, inteligencia satelital, pagando con nuestros impuestos los sueldos de los combatientes en el lado ucraniano y al mismo tiempo nuestros medios participan directamente en este esfuerzo de guerra, haciendo su parte para defender a un bando de la guerra.
G.B. Tú has afirmado que nunca hemos asistido antes a una operación tan masiva de propaganda. Afirmar esto después de la guerra de Iraq, de la guerra de Siria, es llamativo. ¿Qué te lleva a pensar en estos términos?
B.C: No lo digo porque las mentiras sean peores, sino porque se ha avanzado más en el grado de capacidad de difusión de propaganda. Ahora con las redes sociales se consigue llegar a más gente. También me parece que hay más dinero metido en este proceso. Hay grandes agencias de comunicación que están directamente ayudando a las fuerzas de Ucrania. Yo hablo con muchos periodistas y coincidimos en que nunca hemos visto una campaña como esta: ni en el tiempo de Iraq, ni en el de Afganistán, ni en el de Siria. Ahora la tecnología está más avanzada, no sólo en el campo militar, con drones suicidas y el tipo de tecnología que se utiliza, sino también en el campo de la información: redes sociales, tecnología para manipular videos, etc. Entonces, hay un conjunto de circunstancias que me llevan a creer que esta es la mayor operación de propaganda de la historia.
G.B: ¿Cuál es la importancia del movimiento por la paz en Europa?
B.C: Si hoy te declaras en favor de la paz, eres tachado de putinista. Ya está. Estar a favor de la paz es ser pro-ruso, es algo absurdo. Como periodista no me gusta entrar en análisis políticos. Lo que te puedo decir es que cuando hubo la I Guerra Mundial se generó un ambiente parecido. Los nacionalistas mataron a Jean Jaurès porque él estaba en contra de la guerra, con la idea de que era un traidor: si tú no estabas con tu ejército, estabas con el enemigo, daba igual que fueras francés o alemán. Era absurdo. Ahora también pasa eso, si eres ruso y dices que estás contra la guerra, te tachan de pro-ucraniano.
A mí sobre todo me parece importante mirar el contexto de la guerra. Creo que esto es consecuencia del fin de la Unión Soviética, en el sentido de que hay un conjunto de territorios desagregados, donde no se ha querido ver las diferentes identidades nacionales y culturales que existían dentro de esos mismos territorios, como Ucrania. Para intentar desde el primer momento que estos países se acercaran a occidente, a la OTAN, hay que entender el contexto, leer bien la historia, estudiar lo que pasó hasta ahora, mirar todos los acuerdos firmados, todos los procesos electorales, todos los momentos políticos que condujeron a esto. Y no creer que Putin despertó una mañana en febrero y se dijo: “no tengo nada que hacer hoy, me apetece invadir Ucrania”. Podemos estar en contra de esa decisión de Putin si queremos, pero eso no significa que podamos apagar todo lo que pasó antes. Cuando digo todo, hablo del golpe que derribó al presidente Víktor Yanukovich y todo lo que pasó desde entonces.
Claro, creo que la paz es importante. Sobre todo, que pueda haber una negociación, que se abra un camino que en mi opinión tiene que pasar por darle la voz a los civiles, a la gente que vive en esos territorios, entender si la gente del Donbass, de Jerson, de Odessa, dónde quiere estar, qué quiere ser. Pero no me parece que haya apertura para que eso suceda. Estoy lanzando una mera hipótesis, de lo que podría ser una solución: escuchar a la gente. El referéndum que hubo fue el referéndum posible en un contexto de guerra. Creo que si hubiera un referéndum en una situación de paz, en el que pudiera participar más gente y estuviera más legitimado, no por los países de occidente, sino sobre todo por la gente de allí.
G.B: Tú has cubierto otros conflictos como periodista. ¿Qué es específico de la guerra en el Donbass?
B.C: Yo estuve en Colombia con las FARC y son conflictos muy distintos. Después de los acuerdos de paz, entrevisté a los comandantes Jesús Santrich (FARC, Segunda Marquetalia) y Uriel (ELN). Durante casi un mes en las montañas de Colombia, tuve la oportunidad de hablar de forma extensiva con la guerrillerada sobre la forma como se desarrolla la guerra de guerrillas en el concepto fariano. No tiene nada que ver incluso con la guerra civil en el Donbass. Esta fue más una guerra de posiciones hasta febrero y, sobre todo, después de los acuerdos de Minsk. En 2018, estuve por primera vez en el Donbass y tomé el primer contacto con el conflicto. Escuché bombardeos pero esporádicos. Se violaban los acuerdos pero era una guerra de baja intensidad.
Hoy, por el contrario, incluso el trabajo periodístico tiene que adaptarse a las nuevas circunstancias, mucho más difíciles, ya que el peso de la artillería es brutal. Hay evoluciones en el terreno y se mezcla la guerra de movimientos y posiciones, pero la artillería es protagonista. Hay lugares en el frente en que las imágenes nos hacen recordar la Primera Guerra Mundial: cientos de soldados en trincheras llenas de barro, agua, lluvia, nieve, donde los drones ayudan a corregir la artillería. Aquí se están experimentando nuevas tecnologías, como es el caso de los drones suicidas.
G.B: Ya en 2004 Ignacio Ramonet hablaba del estado de «inseguridad informativa» aludiendo a la falta de garantías de que lo que transmiten los medios sea verificado. ¿Cuál es la importancia de la presencia física de los periodistas en el terreno para contrarrestar esa inseguridad informativa, y en qué medida las condiciones materiales del trabajo periodístico están convirtiendo al corresponsal de guerra en una especie en extinción?
B.C: Es importante que los periodistas estén en el terreno, pero no para que hagan lo que los ejércitos de cada una de las partes quieren. Si no, es lo mismo que no estar. La cuestión es que, cada vez más, esa es la realidad. Entre el periodismo condicionado por quien controla el terreno y el periodismo condicionado por la precariedad o por la línea editorial de cada medio, no sobra mucho espacio para la verdad. Si queremos periodismo democrático necesitamos reporteros dedicados de forma plena e íntegra a su labor, sin miedo a perder su puesto de trabajo cuando muestran hechos que cuestionan el relato hegemónico.