*Manuel Rodríguez Illana / Revista La Comuna (revistalacomuna.com)
En la primera edición del programa de La 1 Las claves del siglo XXI subsiguiente al inicio de la entrada del Ejército ruso en Ucrania (Rtve.es, 25/II/2022) (1), uno de los invitados, el exministro español Eduardo Serra, introdujo una cita al efecto de subrayar la idea de que no se debía transigir con el Gobierno ruso. No exenta de anacronismo, dado que establecía un paralelismo implícito entre la Alemania nazi y la Rusia actual, presentadas ambas como supuestas potencias enfermas de un expansionismo insaciable, el enunciado reproducido por Serra reeditaba la enésima reductio ad Hitlerum con la que tanto se han prodigado los grandes medios a la hora de dibujar al Ejecutivo presidido por Vladímir Putin: “No sé si la frase de Churchill fue «No habéis querido la guerra y habéis aceptado el deshonor. Tendréis el deshonor y además la guerra». Era algo por el estilo”, decía Serra. Acto seguido, desarrollaba el argumento: “Bueno, si nosotros no hacemos nada por no querer la guerra estamos facilitando, estamos dando facilidad para que el matón, que es Putin, arrample, porque esto no es el primer caso. Se nos olvida porque la memoria es débil, pero, desde Abjazia del Sur, Osetia, Transdnistria, Crimea… Lleva un rosario de invasiones absolutamente injustificadas. Pues mire usted, o le ponemos freno o preparémonos para que siga haciendo invasiones”.
Y es que, en línea con la dicotomía maniquea de dioses y diablos mediáticos analizada por Reig (2004) (2), al tiempo que el aparato de propaganda otanista y sus medios han fabricado una imagen negativa de Putin, han ido confeccionando también una visión positiva de Volodímir Zelensky. “Desatado el conflicto el pasado 24 de febrero de 2022, el mandatario ucraniano ha aparecido en cámaras en varias ocasiones, lo cual ha sido resaltado por diversos medios en el mundo que lo han presentado como un hombre coherente, valiente, sensible y hasta como un héroe” (Toscano Segovia, 2022: 16) (3). De tal modo, The Objective publicaba un artículo de opinión del presidente de Ucrania con el titular “El ejemplo de un héroe” y un subtitular que afirmaba que “Zelensky es el hombre de nuestro tiempo. Muchos no hemos conocido nunca a alguien de semejante valor y autenticidad” (Theobjective.com, 6/III/2022) (4). “Seguramente, pasarán décadas hasta que conozcamos a otro”, puede leerse ya en el cuerpo de texto, donde se agrega, nada menos, que “Los rusos, asustados por la potencia moral del enemigo, se encogieron”. La valoración continúa en clave claramente maniquea: “El heroísmo de Zelensky había trazado una línea que separaba con nitidez el bien del mal […]. Legitimado con la sangre de los ucranianos, la misma que él está dispuesto a derramar, acabó con la basura de la equidistancia geopolítica, puso en ridículo a los propagandistas de la amenaza de la OTAN y el imperialismo americano, dejó en evidencia a quienes por años han sido cómplices ideológicos del agresor”. El supuesto ejemplo tuvo efectos prodigiosos, a juicio del autor: “Bruscamente despertados de su letargo burgués por el coraje de Zelensky, unos, como Josep Borrell, sacaron al estadista que llevan dentro, mientras que otros se revolcaron en su propio lodazal con pretextos y denuncias cobardes”.
Cuatro días antes, la página de Deutsche Welle en castellano publicaba un artículo titulado “Lo que hay que saber sobre Volodimir Zelensky, excomediante convertido en presidente y rostro del desafío nacional” (Dw.com, 1/III/2022) (5), donde el medio público alemán elevaba al mandatario a “símbolo de la resistencia a la invasión rusa” y, al efecto de tocar la fibra del público británico y europeo en general, reproducía la opinión de un académico que lo comparaba con Winston Churchill, el premier del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, arquetipo del líder decidido que se enfrenta al fascismo.
La frase suya que reproducía Eduardo Serra en TVE (la relativa al deshonor y la guerra) es la que dirigió al entonces todavía primer ministro británico Neville Chamberlain en 1938 en la Cámara de los Comunes por haber defendido el segundo el Acuerdo de Múnich en el que se cedía la zona de los Sudetes en Checoslovaquia a la Alemania nazi. Sin embargo, más allá de los habituales lugares comunes al uso, el historial declarativo y militar del estadista británico da para un reflejo más exhaustivo respecto a sus querencias, ideología colonialista y prejuicios raciales.
Antes de entrar en ellas, empero, no podemos soslayar las cambiantes actitudes hacia la propia Rusia, ya que en un documento desclasificado del FBI estadounidense el exprimer ministro británico pretendía en 1947 que el entonces presidente de EE.UU., Harry Truman, lanzara la bomba atómica sobre Moscú y, al mismo tiempo, sometiera a un bombardeo nuclear a otras cuatro docenas de grandes centros industriales de la URSS. Los documentos que confirman estos planes verdaderamente se conservan en los Archivos Nacionales Británicos. El plan secreto de guerra contra la URSS –lo que comportaba, de hecho, el desencadenamiento de la Tercera Guerra Mundial– comenzó a principios de abril de 1945, incluso antes de la firma del Acta de Rendición de la Alemania nazi. La idea era iniciar una guerra de las fuerzas unidas de toda la «civilización occidental» contra Rusia; posteriormente, otros países debían participar en la «cruzada» contra el «contagio comunista», como Polonia o luego Hungría. La guerra debía conducir a la derrota total y a la rendición incondicional de la URSS (Pronin, 2022) (6).
En cuanto a sus perlas ideológicas, algunas de las cuales probablemente no serían tan funcionales a Serra y sus afines, Churchill en 1949 comparaba nazismo y comunismo concluyendo que el primero era menos peligroso dado que solo podía apoyarse «en el orgullo Herrenvolk», esto es, la etnocracia de la supremacía aria, «y el odio antisemita»; no así el segundo, que podía contar con «una Iglesia de adeptos comunistas con misioneros en todos los países» y pueblos (Losurdo, 2015: 138) (7).
La planificación de la llamada «Operación Impensable» contra la Unión Soviética no es una excepción en las pulsiones bélicas de Churchill, que, a propósito de los bombardeos estratégicos contra Alemania en la Segunda Guerra Mundial, fue quien, obtenido el botín colonial de Irak para Gran Bretaña tras la victoria en la Primera Guerra Mundial, y ante las rebeliones que se sucedieron en ese territorio, no frenó un ápice las crueles represalias emprendidas por las tropas británicas, las cuales incendiaron pueblos y cometieron otras acciones que hoy juzgaríamos excesivamente represivas, cuando no bárbaras. Al contrario, promovió este tipo de guerra para dar una severa lección sugiriendo que se atacara a los “nativos recalcitrantes” iraquíes con bombardeos a base de “proyectiles de gas y sobre todo de gas mostaza”, recurriendo a armas prohibidas por las Convenciones internacionales y mostrándose, ahí, como el precursor de Mussolini, respecto de quien declaró en 1933: “El genio romano encarnado por Mussolini, el más grande legislador vivo, ha mostrado a muchas naciones cómo se puede resistir al ascenso del socialismo, y ha indicado el camino que una nación puede seguir cuando se la dirige con valentía”. Cuatro años después —mientras la Italia fascista había llevado a cabo, con métodos bárbaros, la conquista de Etiopía, y se había empleado a fondo en el derrocamiento de la República española—, el estadista inglés defendía así su afirmación: “Sería una peligrosa locura para el pueblo británico minusvalorar la duradera posición que Mussolini ocupará en la historia mundial, o las sorprendentes cualidades de valentía, inteligencia, autocontrol y perseverancia que encarna”. Tras el final de la Gran Guerra, Churchill había previsto para 1919 un ataque de mil bombarderos sobre Berlín, planes que continuaron desarrollándose durante la victoria; el país que entonces lideraba Occidente ya programaba un nuevo “genocidio” mientras llevaba a cabo el iniciado en 1914. Pero de cualquier modo Inglaterra sí fue protagonista de la destrucción sistemática infligida a las ciudades alemanas a finales de la Segunda Guerra Mundial, en particular Dresde; una destrucción programada y realizada con el objetivo declarado de no dejar vías de escape a la población civil, perseguida y engullida por las llamas, bloqueada en su intento de huida de las bombas de espoleta retardada, y a menudo ametrallada desde lo alto. Tales prácticas son más siniestras acaso si se piensa en las declaraciones de Churchill de abril de 1941: “Hay menos de 70 millones de hunos malvados. Algunos pueden ser curados, otros deben morir”. De no concebir esto como simple genocidio, en todo caso se está pensando en diezmar masivamente la población alemana.
Si entre 1940 y 1945 Churchill liquidó a los habitantes de Colonia, Berlín y Dresde como si fueran hunos (vemos cómo comparó a los alemanes con “hunos salvajes”), no menos despiadado se mostró a la hora de repartir la zona de influencia de Londres y eliminar sistemáticamente las fuerzas partisanas consideradas hostiles o sospechosas. Las órdenes transmitidas al cuerpo expedicionario inglés en Grecia son elocuentes: “No dudéis en actuar como si os encontraseis una ciudad en la que se hubiese desencadenado una revuelta local”. Y además: “Ciertas cosas no se deben dejar a medias”. En referencia a las expediciones coloniales afirmó: “La guerra es un juego durante el cual se debe sonreír”. El agravamiento de la carnicería en Europa a partir de agosto de 1914 no le mermó esa visión: “La guerra es el juego más grande de la historia universal, nos jugamos aquí la apuesta más alta”; la guerra constituye “el único sentido y objeto de nuestra vida”, decía
Dedicado a conducir hasta el final una guerra que para él estaba destinada a reforzar la hegemonía del Imperio y la “raza británica”, el futuro estadista inglés comenzó su carrera combatiendo y describiendo favorablemente las guerras del Imperio británico; también aquellas menos gloriosas, como el caso de Sudáfrica, donde los conquistadores erigieron campos de concentración destinados a convertirse en un triste modelo para el futuro. A partir de tales experiencias Churchill empezó a destacar como dirigente político batiéndose por la defensa de la “raza británica” y de la raza blanca en general, y para conseguir este resultado a su juicio no bastaba con reforzar el control sobre los pueblos coloniales, sino que era necesario intervenir también en la metrópoli procediendo a la esterilización forzada de los “débiles mentales”, de los inadaptados y de los potenciales delincuentes habituales; a su vez, los “vagabundos ociosos” deberían ser encerrados en campos de trabajo. Solamente así se podría afrontar adecuadamente “un peligro nacional y racial que es imposible exagerar”. Estando en el cargo de Home Secretary, en 1911, Churchill fue el autor de medidas “draconianas” que “le habrían conferido un poder personal casi ilimitado sobre las vidas de los individuos”. En cuanto a su afán por salvaguardar el Imperio, sus métodos acelerados son constantes: en 1942 las manifestaciones independentistas en India son reprimidas recurriendo a métodos extremos como el uso de la aviación para ametrallar a las muchedumbres de manifestantes y en los dos años siguientes se obstina en negar y obviar el hambre que diezma a la población de Bengala; en su condición de primer ministro en su segunda etapa, entre 1951 y 1955, debe ser considerado responsable de las prácticas genocidas a las que recurre el gobierno de Londres en el intento de doblegar la revuelta de los Mau Mau en Kenia (ibid.: 282, 287, 290, 304). Como certificamos, no es que Churchill elogie públicamente a un representante del fascismo como Mussolini; es que sigue sus métodos y declara los mismos principios doctrinales, basados en la apología belicista y una determinada supremacía racial.
Respecto a la figura del primero de los invocadores mediáticos de Churchill, Eduardo Serra apuntemos que estamos ante el prototipo de “hombre-Estado” en tanto “jurista estrechamente vinculado a la Monarquía” que, en virtud de “una serie de intereses que se mantienen a pesar de los cambios electorales”, trasciende los de los partidos del sistema inaugurado en 1977 “para constituir uno de los pilares sobre los que descansa la estabilidad del sistema elitista” español. Serra “puede presumir de haber sido uno de los pocos dirigentes que ha ocupado altísimos cargos del gobierno y la Administración” españoles “tanto con la UCD como con el PSOE y el PP”. Perteneciente con 28 años al cuerpo de abogados del Estado, “posiblemente, la red funcionarial de élite más poderosa, homogénea y cohesiva”, trabajó en el Ministerio de Educación para el ministro monárquico Aurelio Menéndez, preceptor del entonces príncipe Felipe de Borbón. En 1982 Alberto Oliart, polícito de la Unión de Centro Democrático (UCD), recién nombrado ministro de Defensa, lo reclutó (no era la primera vez) como subsecretario ministerial encargado de la adquisición de material armamentístico y el PSOE, de cuya victoria electoral con mayoría absoluta se ha cumplido recientemente el cuadragésimo aniversario, le ratificó en el cargo (Villena Oliver, 2019: 185-186) (8).
En febrero de 1984 Serra ascendió a secretario de Estado de Defensa y bajo el Gobierno español del PP fue ministro de esa misma área entre 1996 y 2000, nombramiento que respondió a una exigencia del expresidente González, quien había amenazado al entonces rey Juan Carlos I con llevarse por delante a quien hiciera falta si con la entrada del Ejecutivo popular se publicaban los denominados “papeles del CESID” (antecedente del actual CNI o Consejo Nacional de Inteligencia, servicios secretos del Estado), específicamente en lo referido a los archivos de la guerra sucia del PSOE contra ETA. Además de desempeñar puestos en la alta jerarquía de diversas instituciones públicas y privadas, Serra ha ejercido como consejero de varias grandes empresas. Es un hombre “muy ligado a la familia Entrecanales (copropietario de la constructora Acciona y uno de los grandes amigos de cenas y cacerías del Monarca [Emérito, el citado Juan Carlos I]) […]. Hombre ambicioso, con larga mano en el CESID [hoy CNI], Eduardo Serra cobró 750 millones de pesetas como indemnización por su salida de Airtel [hoy Vodafone], donde apenas llevaba dos años de presidente, después de haber pedido 1.000 millones” (Cacho, 1999: 15-16) (9). Siempre a caballo entre lo público y privado, “Las compensaciones por sus servicios políticos no han sido pocas. Serra ha acumulado presencias en numerosos consejos de administración, como los de las financieras UBS Warburg, Rotschild y Deutsche Bank, además de los de otras entidades clave como Nokia, Faes Pharma, Pharma Mar, Vodafone-Ono y Everis”. De esta última compañía “cabe destacar su división aerospacial y de defensa, lo que le ha llevado a establecer numerosos contratos con el Estado” (Villena Oliver, op. cit.: 194-195). Tal es así que “Seguir el rastro empresarial de Serra es tan complicado como encontrar el punto exacto de separación entre los intereses y las necesidades de un Estado tecnológicamente avanzado y el mundo de los negocios. A la vista de esta trayectoria se entiende mucho mejor el liderazgo de este empresario en la iniciativa Transforma España”, la cual, “promovida precisamente por la Fundación Everis, propuso al rey Juan Carlos I en plena crisis del Euro un cambio sustancial en las estructuras de la sociedad y de la economía española” y en la que “Serra ejerció como delegado de las grandes empresas y exigió un impulso político para que el endeudado empresariado” del reino de España “recuperara la confianza del capital financiero” (ibid.: 195). La Fundación Transforma España, que, como hemos indicado, Serra preside, nace de un Manifiesto elaborado en 2010 como respuesta programática de los grandes empresarios del Estado español a la situación experimentada por este último en la crisis global iniciada en 2007; se trata de una declaración suscrita por “la flor y nata del poder económico, junto con diversos intelectuales y expertos” y que proponía “la mayor reforma del Estado desde la Transición” (Elconfidencial.com, 17/I/2011) (10). Mostrando cómo “Las oligarquías locales son, a menudo, más virulentas con su propia población que los poderes situados lejos, en las metrópolis financieras”, en noviembre de 2010 una delegación encabezada por el empresario armamentístico y financiero entregó al entonces rey, “sin pasar por el presidente democráticamente elegido, el documento «Transforma España», en el que una supuesta «sociedad civil» –en realidad, el capital económico y financiero, con un Ibex-35 ampliado como referente principal–, consideraba la crisis como una «oportunidad» para llevar adelante cambios contundentes en la sociedad y en la economía española”. La delegación corporativa consideraba “lograr un adelgazamiento de la protección social que ni siquiera los acreedores de la deuda se habían atrevido a verbalizar” (Villena Oliver, ibid.: 69-70). Ya nos podemos imaginar qué tipo de implicaciones en materia social y laboral comportaba es «oportunidad».
Serra ha mantenido una larga vinculación con la OTAN y su patrón, Estados Unidos. Remedando la consigna contenida en el título de un conocido libro del economista neoclásico Friedrich von Hayek, siendo secretario de Estado para la Defensa se definía como “absolutamente proamericano” arguyendo que “En el mundo hay dos concepciones hegemónicas: una construida sobre la libertad y otra sobre la servidumbre”. En aquellas declaraciones de 1987 a Radio Nacional de España dijo también: “Yo estoy del lado de la libertad y hoy por hoy el país líder de esa concepción es Estados Unidos” (El País, 10/VII/1987) (11). “Unos Estados Unidos que”, bellos y grandes conceptos aparte, “además de encarnar dicha libertad, ocupaban la primera posición en los intercambios comerciales de armamento y tecnología militar, con España como primer cliente occidental desde 1982” (Villena Oliver, ibid.: 186). El exministro lideró las negociaciones para la compra de 72 aviones de combate F-18 a la compañía estadounidense McDonnell Douglas, desde 1997 perteneciente a Boeing, compra rubricada en 1983 y “rodeada de polémica” al elegirse frente a alternativas de otros países pertenecientes a la Alianza Atlántica y a la Unión Europea por un total de 300.000 millones de pesetas, “entonces carísimos para las arcas públicas”. Aparte, se dieron dos circunstancias: de un lado, “La adquisición de los F-18 no proporcionó a la aviación española especiales ventajas de carácter industrial; además, entre las contrapartidas estudiadas no figuraba ningún acuerdo que implicara el acceso de España a tecnología puntera de la primera potencia mundial”. Por otro lado, el cúmulo de defectos reconocidos por los propios EE.UU. durante el proceso de negociación “hizo crecer las especulaciones en un contexto en el que los partidos fundadores de la democracia necesitaban de no pocos métodos financeros heterodoxos”, si bien “Eduardo Serra negó el cobro de comisión alguna en esta y en otras transacciones” (ibid.: 187-188). Para una semblanza más extensa del político y directivo empresarial, véase otro de nuestros trabajos (Rodríguez Illana, 2021) (12).
En cuanto al redactor de la arriba referida loa a Volodímir Zelensky en The Objective, su autor no es otro que Antonio Caño, a quien la administración autonómica entonces controlada por el PSOE distinguió con la Medalla de Andalucía (el segundo título en importancia del escalafón) en 2017, siendo por aquella época director del diario El País. La condecoración se produjo justo después de que Caño desmantelara la edición andaluza del rotativo de Prisa y hubiera despedido a la mayoría de sus periodistas, lo que motivó las protestas del Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía por dicha concesión (Eltambor.es, 28/II/2017) (13). El galardón al director del periódico se producía en plena precampaña para las primarias del PSOE, en las que Susana Díaz, entonces presidenta de la Junta, aspiraba a convertirse en la próxima secretaria general del partido a nivel estatal (Elindependiente.com, 21/II/2017) (14), tal vez como pago adelantado esperando un trato cortés, desde el medio del grupo Prisa, hacia su candidatura a dirigir el PSOE estatal.
Siempre tan alineado con el discurso liberal, pro-occidental y otanista como lo está Serra, conozcamos un poco más al beneficiario de la distinción de la Junta de Andalucía a través de lo que escribió durante su etapa como corresponsal de El País en Washington. El titular de una de las crónicas de Antonio Caño justificaba el belicismo imperial de Estados Unidos con el titular “EE.UU. bombardea Irak para castigar a Sadam”, claro ejemplo de la regla de la propaganda que que Domenach (1986) (15) denomina simplificación y enemigo único. En la lógica exculpatoria de que lo mejor para castigar a un mandatario por supuestos ataques a la población de un Estado es arrojar bombas sobre ella, el subtitular no era menos espeluznante desde el punto de vista periodístico: “Clinton muestra al líder iraquí el «precio por los últimos actos de brutalidad» con los kurdos”. Valiéndose también del hablar a través de otras fuentes, esto es, seleccionando solo la versión del Gobierno USA, así como de las atribuciones tendenciosas (Merril, Lee y Friedlander, 1992) (16), haciendo uso del verbo “explicó” para conferirle veracidad a dicha versión frente a otras fórmulas posibles, como “alegó” o “argumentó”, el cuerpo de texto de la crónica de Caño narraba que “El presidente Bill Clinton explicó que esta acción militar, para la que no buscó el respaldo de sus aliados, tiene el propósito de hacerle pagar al presidente iraquí «un precio por los últimos actos de brutalidad», así como para «reducir su capacidad de amenazar a sus vecinos y a los intereses norteamericanos»” (El País, 4/IX/1996, edición impresa, disponible también en línea) (17).
Efectuemos un salto temporal de dieciocho años. En una entrevista, la conocida periodista Ana Pastor, distinguida por su discurso hostil contra los gobiernos de la entonces conocida como nueva izquierda latinoamericana (es decir, los presididos por Rafael Correa, Evo Morales o Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro), trabajadora en medios como la cadena SER, La Sexta o CNN, le preguntaba a Caño, a la sazón flamante director de El País, a qué periódico le gustaría que se pareciera el medio en el que llevaba poco más de un mes al frente. Caño exponía su angloeuroccidentalismo opinando que “Los mejores periódicos del mundo son anglosajones”, al citar como ejemplos a Financial Times o The New York Times. Seguidamente, Pastor le emplazaba a que otorgara carnés de democracia o dictadura entre diferentes gobiernos de Latinoamérica y Caño dejaba claro quiénes engrosaban la nómina del eje del mal bolivariano (membrete definido en Rodríguez Illana, 2013: 885-894) frente a los que componían el club de los Estados amigos (‘democráticos’). “¿Maduro es un dictador?” era el pie de Pastor para que Caño respondiera con el ambiguo oxímoron de que “Venezuela no es un dictadura, pero no es una democracia”. Ante la petición de concreción, prosiguió opinando que es “Un régimen autoritario, de control. Maduro ha sido elegido en las elecciones, pero en un país donde no hay prensa independiente, donde el gobierno controla la televisión, donde los partidos de la oposición están sometidos a todo tipo de dificultades, donde los ciudadanos viven en un clima de hostigamiento e intoxicación ideológica constante. Eso no es una dictadura porque hay una relativa libertad de expresión y relativa libertad de manifestación, pero no hay democracia”.
Basten algunos datos para evidenciar la falsedad de estas afirmaciones. De las 10 cadenas de televisión más vistas e importantes del país, solo 4 son de dominio público mientras que 6 son de origen privado. Las televisiones con más seguimiento por parte de la población venezolana (y por tanto con mayor capacidad de influencia política e ideológica) son las dos cadenas privadas que en general han mostrado un acercamiento hacía postulados de la oposición y por otro lado la TV de pago (ajena a cualquier hipotético control del gobierno). Las cadenas de TV más ligadas al Gobierno venezolano (como son VTV, Telesur y TVES) no superan ni un 5% del share total; en 2012 el 65% de las/os venezolanas/os optaban por la TV de pago (avance significativo de usuarias/os y audiencia) mientras que el 35% lo hacían por la emisión en abierto (disminución que evidencia que el control del gobierno en los medios de comunicación cada vez es menor, ya que a través de la televisión por cable cualquier usuaria/o tiene vía libre para ver canales de todo el mundo, incluido los canales americanos fervientemente críticos con el gobierno venezolano, como la FOX). En lo que se refiere a la prensa escrita, la proporción es menos igualitaria dado que de los seis periódicos más importantes solo uno es de dominio estatal mientras el resto pertenecen a entidades privadas y conglomerados mediáticos (de lo que se concluye que la prensa escrita está controlada por el 84% de medios de origen privado que escapan al control público). Respecto a las radios, el panorama no es muy distinto puesto que las privadas suman el 97,2% del total de las más influyentes e importantes frente al exiguo 3.8% de las que están en manos púbicas. En suma, el 80,4% de los medios de comunicación en Venezuela no solo no están en manos del gobierno (dado que son privados) sino que la gran mayoría de ellos son abiertamente opositores (López González, 2015) (18).
Pero el periodista de Prisa, a la postre premiado por Susana Díaz, no deja que la realidad le estropee una buena consigna y la entrevista continúa. Respecto al conocimiento general de que El País es sistemáticamente más crítico con Venezuela o Ecuador que con los entonces gobiernos conservadores de Colombia o México, Caño responde: “Claro que somos más críticos con Cuba o Venezuela que con México o Colombia. Es que allí hay democracias completas”. Después, y contra lo que él mismo se encargaría de llevar a cabo más tarde, a la pregunta sobre si habría otro ERE (“expediente de regulación de empleo”; verbigracia, despidos) en El País, declaró: “No soy la mayor autoridad sobre las cuentas de la empresa, pero confío en que no. Creo que no hará falta más. Esta empresa ha encontrado una vía con la que podemos salir adelante. Pero será necesario un gran esfuerzo y acertar en la estrategia de los productos digitales y América Latina” (Jotdown.es, 23/VI/2014) (19). Sobra todo comentario.
Si Deutsche Welle en castellano publicaba un artículo en el que uno de los entrevistados comparaba a Zelensky con Churchill, de quien no volveremos a comentar sus querencias por personajes como Mussolini, su plan de comenzar una tercera guerra mundial para destruir la URSS una vez terminada la Segunda, su acentuada ideología racista o las acciones genocidas perpetradas durante su etapa militar, el presidente ucraniano fue precisamente premiado con el premio Winston Churchill de la Sociedad Internacional que lleva el nombre del famoso personaje histórico, “en reconocimiento de su «increíble coraje, resistencia y dignidad» frente a “la bárbara invasión” del presidente de Rusia, Vladimir Putin”. La entrega fue simulada por videoconferencia por el entonces primer ministro británico Boris Johnson frente a una pantalla en la que Zelensky señaló “que tanto él como Johnson serán recordados en el futuro como ahora se pone en valor la figura del propio Churchill” (Noticiasdealava.eus, 26/VII/2022) (20).
Puede que esta memoria perenne profetizada por el dirigente de Ucrania en lo que respecta a Johnson se deba a haber sido “multado por la policía por infringir las medidas para frenar la expansión del coronavirus” con “un informe condenatorio publicado sobre el comportamiento de los funcionarios de Downing Street que violaron sus propias reglas con varias fiestas y celebraciones”. O por su “desafortunada defensa de Owen Paterson, un diputado que infringió las normas de la relación con los ‘lobbies’”. O “por haber nombrado al diputado Chris Pincher para un puesto relacionado con el bienestar y la disciplina del partido, incluso después de haber sido informado de que el político había sido objeto de denuncias por conducta sexual inapropiada”. Eso sin contar los elementos globales de la propia gestión política y económica en sí, en un entorno de “inflación, en plena subida de los precios de los combustibles y los alimentos”, entre otros aspectos (Epe.es, 6/VII/2022) (21). Pero puede que también Zelensky sea recordado en el futuro, entre otros motivos, por su protagonismo en la demolición de los derechos laborales en su país, como pasamos a ver.
En marzo de 2022, el parlamento ucraniano aprobó una legislación de tiempos de guerra que restringía enormemente la capacidad de los sindicatos para representar a sus miembros, introducía la «suspensión del empleo» (lo que significa que no se despide a los empleados, sino que se suspende su trabajo y su salario) y otorgaba a los empresarios el derecho a dejar en el aire unilateralmente los convenios colectivos. Pero más allá de esta medida temporal, un grupo de diputados y funcionarios ucranianos pretendieron dar otro paso y desregular aún más la legislación laboral vigente en el país de manera que las personas que trabajan en pequeñas y medianas empresas –las que tienen hasta 250 empleados– quedaran fuera de ella y pasaran a depender de contratos individuales negociados con su empresa, lo que afectaría a más del 70% de la mano de obra ucraniana. El proyecto de contrarreforma laboral conocido como ley 5371 se había registrado inicialmente en abril de 2021 pero a finales de mayo de 2022 el parlamento ucraniano abrió el camino apoyándolo por primera vez para que se convirtiera en ley. Formalmente, el proyecto de ley fue presentado en nombre de Halyna Tretyakova, jefa de la comisión parlamentaria de política social, así como de otros diputados del partido gobernante Servidor del Pueblo, al que pertenece Zelensky, y “fue elaborado por una ONG ucraniana, la Oficina de Soluciones Simples y Resultados, creada por el ex presidente georgiano Mikheil Saakashvili, junto con asociaciones del empresariado ucraniano y un programa de USAID” (Vientosur.info, 4/VI/2022) (22). USAID es la oficialmente concebida como agencia estadounidense de ayuda humanitaria y al desarrollo, la cual funciona en realidad como frente civil y propagandístico de la inteligencia e incursiones imperiales norteamericanas (véase, por ejemplo, Bricmont, 2008: 207) (23). En cuanto al citado personaje, Saakashvili fue presidente de un Estado, el georgiano, entre 2004 y 2013, que adquirió “inmunidad ante las detenciones arbitrarias, las extorsiones y las torturas en establecimientos penitenciarios, que fueron los aspectos más siniestros del régimen de Mijéil Saakashvili” (Elpais.com, 2/IX/2016) (24).
El 19 de julio el parlamento Ucraniano aprobó las leyes 5371 y 5161, proyectos fuera de los convenios de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que atacaban directamente normativas como el 132 o el 158 entre otros (Rojoynegro.info, 18/VIII/2022) (25). La nueva norma legalizó los llamados contratos de «cero horas», bajo los cuales los empresarios podrán disponer de los trabajadores a voluntad, de manera que a los empleados solo se les garantiza un mínimo de 32 horas de trabajo al mes dependiendo de la «demanda» que se requiera y la compañía puede tener hasta un 10% de la plantilla con este tipo de contratos. Además, las propiedades de los sindicatos podrán ser confiscadas por el Estado, con el riesgo de que terminen finalmente privatizadas en manos de oligarcas. Por ende, todas las condiciones laborales vendrán regidas por el contrato de trabajo, negociado de manera individual con el trabajador, en vez de por un convenio colectivo, lo que debilita notablemente la capacidad de presión y negociación de la clase trabajadora frente a la patronal (Nuevarevolucion.es, 28/VII/2022) (26).
Y si nombrábamos al entonces premier Johnson entregando el premio Winston Churchill a Zelensky, cabe contar aquí que fue precisamente el Ministerio de Relaciones Exteriores británico el que asesoró al Ministerio de Economía ucraniano sobre cómo impulsar esa nueva legislación laboral. Un plan de comunicación para 2021 elaborado por una consultora de desarrollo internacional y con el logotipo de la embajada británica en Kíev recomendaba que el ministerio ucraniano “destaque” que la desregulación laboral producirá “resultados positivos” para la clase trabajadora ucraniana. La estrategia incluía un informe de los medios de comunicación y principales comentaristas en la materia, lo que sugiere que la reforma propuesta no gozaba del favor del público ucraniano. Para promover las ventajas de la llamada liberalización en las leyes relativas al trabajo, la estrategia sugería que el Ministerio hiciera “sus mensajes más fáciles y más emotivos” para el público y animara, a través de reuniones extraoficiales, a las y los simpatizantes ajenos al gobierno a hacer alegatos más “emotivos” para público sobre la proclamada liberalización. Así el Reino Unido estaba “financiando propaganda” para “crear un clima” en contra de los sindicatos ucranianos (Progressive.international, 14/I/2022) (27).
En todo el relato mediático encontramos, en suma, la dualidad de “Lo diabólico representado por el mandatario ruso y lo inmaculado por Volodímir Zelensky” en un “discurso religioso utilizado como un instrumento de propaganda por medio del cual se genera rechazo o afinidad con personajes que los medios de comunicación puestos al servicio del imperialismo elevan a la condición de sátiros o de ángeles”. Para llevar a efecto dicha proyección “el aparato de relaciones públicas puestas al servicio del mandatario ucraniano ha cumplido muy bien su papel y que su equipo comunicacional ha sabido utilizar eficazmente los medios, fundamentalmente las redes sociales, para posicionar el mensaje de Zelensky”. En esta tarea ha sido fundamental “El apoyo de empresas lobistas como Yorktown Solutions y Karv Communications, así como de la coalición de medios puestos al servicio del régimen de Kíev”, de tal manera que se ha ido “imponiendo un relato discursivo por medio del cual se imputa a Rusia todos los males, mientras se victimiza y se exalta al régimen ucraniano” (Toscano Segovia, op. cit.: 77-78).
A lo largo de todo este repaso hemos podido ver cómo personajes que, bien a título personal, bien como representantes de grupos de presión, propugnan o directamente llevan a cabo acciones que suponen la merma de la seguridad laboral de la ciudadanía, son los más proclives a ensalzar la figura del cabeza visible del Gobierno ucraniano. También, al final, hemos examinado la política de ataque de dicho Ejecutivo y sus socios integrantes contra los derechos del mundo del trabajo. Por algo será.
NOTAS:
- Las claves del siglo XXI subsiguiente al inicio de la entrada del Ejército ruso en Ucrania (Rtve.es, 25/II/2022). Pinche AQUÍ para enlace web.
- REIG, Ramón (2004): Dioses y diablos mediáticos. Cómo manipula el Poder a través de los medios de comunicación. Barcelona: Urano.
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