La compleja realidad de Ucrania y los acontecimientos que se vienen sucediendo los últimos meses no obedecen a una lectura simplista de buenos o malos, o la existencia de Ucrania dividida en dos mitades. Son varios los factores que pueden ayudar a entender mejor la actual situación, y éstos, además, no son excluyentes, sino que están relacionados entre sí.
En ese complejo puzzle nos encontramos con: Ucrania y sus contradicciones internas o su diversa composición; Rusia y su relación con Ucrania; el pulso entre EEUU y sus aliados europeos y Rusia, donde Ucrania sería el campo de batalla.
*Txente Rekondo, analista internacional / ERRIA aldizkaria (erria.eus)
UCRANIA
Su nombre significa “tierra fronteriza”, siempre ha sido una encrucijada de diferentes culturas, situada en el sureste de Europa, es el segundo país más grande del continente europeo, tras Rusia. Es uno de los más diversos internamente y sus diferencias internas obedecen a todo un conjunto de patrones: históricos, lingüísticos, culturales, regionales, religiosos o políticos.
A lo largo de su historia ha visto como en torno a su actual territorio han estado presentes en el pasado diferentes imperios, y todos ellos han ejercido su influencia. Por ello no es de extrañar que la historia ucraniana y la política en torno a ella se hayan convertido en cierta medida en un campo de batalla.
Los diferentes actores, conscientes de la importancia histórica, han intentado utilizar la misma para legitimar, explicar o reforzar su argumentario y sus posiciones. En los últimos años hemos visto cómo todos los sectores buscaban sustentar sus posiciones en torno a la interpretación de la historia.
A partir del siglo XVIII se hace evidente los intentos de las diferentes realidades imperiales por integrar el pasado en sus respectivos imperios (tanto el imperio ruso como el de los Habsburgo), mientras que también comienzan a surgir las lecturas locales que destacan las peculiaridades de la región.
Será durante el siglo XIX, junto con el auge del romanticismo alemán y las teorías de la nación, cuando se romperá esa convivencia entre la historia local y la imperial y surgirá un nuevo marco donde se desarrollará una narrativa histórica para la nación ucraniana. Aquí se presentan diversas tendencias, donde unos apostarán por un proyecto en clave eslava, mientras que otros lo harán en clave rusa y unos terceros mirarán más hacia la Europa occidental.
A partir de 1991, con la desaparición del espacio soviético y la proclamación de su independencia se abrirá un nuevo escenario, donde el nuevo estado intentará ocultar sus debilidades y el sentido real de nación no estará firmemente establecido.
De todas formas, y como señalan algunos autores, “las diferentes experiencias históricas en sí mismas no constituyen un problema, lo que falla es la integración de varias experiencias en una narrativa nacional más o menos coherente o la falta de reconocimiento de la presencia de narrativas contradictorias en la sociedad”.
La configuración del estado moderno ucraniano y su caracterización es otro aspecto relevante para entender el conflicto actual. Si la diversidad étnica, lingüística y cultural se ha convertido en un campo de batalla, la configuración de Ucrania como un modelo de estado fuertemente centralizado, también ha sido clave.
El régimen político ucraniano estará marcado por las relaciones centro-periferia, acentuándose a partir de 2004 la centralización del sistema, con una gran concentración de poder a nivel central, falta de atención económica a las regiones, y vaciado de competencias a los territorios y regiones locales. A ello habría que unir también un sistema cooptado por los llamados oligarcas, que desarrollarán una red neopatrimonial y clientelar, donde se conceden bienes y servicios a cambio de apoyo político, un fuerte poder presidencial y una corrupción estructural, donde se utilizarán los recursos estatales para fines privados o para lograr también apoyos políticos.
El debate en torno a lo que a día de hoy significa “ser ucraniano o ucraniana” está fuertemente condicionado por la utilización partidista de las estructuras del estado. La diversidad regional y nacional, el idioma y la identidad cívica están atrapados en esa red que obstaculiza acomodar todas las realidades en un proyecto común.
Las diferencias sobre un concepto étnico o cívico de la nación ucraniana llevan años capitalizando el debate y la realidad política e institucional. Un claro ejemplo es la utilización por parte del parlamento del Tribunal Constitucional para fortalecer la posición del idioma ucraniano y cerrar el paso a una legislación que garantizará los derechos de los usuarios de la lengua rusa.
En 1997 se llevó a cabo una importante encuesta, que algunos la definieron como la mayor hecha hasta la fecha, en torno a la identidad. Un 56% se declaraba sólo ucraniano, mientras que un 11% sólo ruso. El 27% se definía tanto como ucraniano como ruso. Probablemente a raíz de los últimos acontecimientos esta división identitaria se haya acentuado aún más, vaciando de apoyos ese 27%.
La crudeza del conflicto armado y la invasión rusa podría cerrar las puertas a un nuevo sistema político, que, en clave federal, y poniendo en marcha una reforma descentralizadora, podría ser una salida para la reconfiguración de Ucrania y sus fronteras, como las hemos conocido en los últimos años.
LOS ACTORES E INTERESES INTERESTATALES
La Ucrania de nuestros días no es una entidad homogénea, las herencias del pasado nos han mostrado una serie de diferencias étnicas, lingüísticas, religiosas y regionales, que aumentan la complejidad del puzzle ucraniano. Además, para muchos actores extranjeros, Ucrania lleva tiempo siendo el campo de pruebas, el escenario donde dirimir sus diferencias a costa del pueblo ucraniano.
La desaparición del espacio soviético dará paso a una nueva configuración del llamado orden mundial, y en ese contexto el desarrollo de los primeros años del nuevo estado ucraniano estará fuertemente marcado también por la realidad geoestratégica. La política exterior del país ha venido manteniendo un interesado equilibrio entre Rusia y Occidente.
Sin embargo, en los últimos años, se ha impulsado por parte de algunos sectores ucranianos un proceso de ruptura con el pasado soviético y también un alejamiento de Rusia, a la que siguen percibiendo como sucesora de la Unión Soviética.
Además, diferentes desarrollos políticos y de política exterior, como el surgimiento postsoviético del nacionalismo étnico a lo largo de la columna vertebral de Europa del Este o el avance hacia el este del poder de EE. UU. – a través de la OTAN – hacia la frontera rusa, han sido los argumentos que desde Moscú se han esgrimido para justificar su actitud hacia Ucrania. Desde Estados Unidos, su estrategia hacia Ucrania se ha ido gestando a fuego lento en los últimos 30 años, y apoyada ciegamente por sus aliados europeos. La apuesta por una transición hacia una democracia liberal y una economía de mercado han sido los argumentos oficiales para ese apoyo estadounidense. Sin embargo, detrás de ese discurso se esconden también toda una serie de intereses geoestratégicos.
¿Y AHORA QUÉ?
Las divisiones dentro de la sociedad ucraniana son más evidentes tras los enfrentamientos de estas semanas. Los factores como el idioma o la religión siguen siendo importantes a la hora de analizar la división social, y junto a ellos se ha acentuado también las orientaciones y lealtades políticas locales e internacionales dentro de Ucrania. La complejidad social resultante de esta coyuntura hace todavía más difícil la transformación económica impulsada desde Occidente y añorada por algunas élites políticas locales, así como el proceso de construcción nacional del moderno estado ucraniano.
No es fácil adivinar el próximo devenir del conflicto. Es el momento de las especulaciones. Pero siempre puede haber una alta probabilidad de llegar a acuerdos si hay voluntad política. Sobre la mesa se sitúan hipotéticos escenarios que podían presentar una guerra corta (muy difícil a la vista de los últimos acontecimientos), una guerra de larga duración, donde el desgaste de la otra parte será clave y donde la implicación de otros actores puede acabar desembocando en una guerra a mayor escala en Europa.
Y tampoco se puede descartar la profundización de intentos para impulsar y materializar un cambio de régimen en Rusia, apostando algunas fuentes incluso por la eliminación física del propio Putin. Esta última “solución” abriría la puerta a un peligroso escenario donde el enfrentamiento nuclear a escala mundial podría no estar descartado.
Finalmente, y aunque en ocasiones desde los medios hegemónicos de Occidente se tiende a descartar o ningunear, quedaría la búsqueda de una salida diplomática y negociada del conflicto. Una solución que a día de hoy no se presenta sencilla, pero que es la única alternativa a un desastre mundial. Y una salida donde las garantías de seguridad para todos los actores implicados estén garantizadas, sin que nadie amenace ni nadie se sienta amenazado.
Estos escenarios no son mutuamente excluyentes, algunos aspectos de cada uno podrían combinarse para producir resultados diferentes. Pero como sea que se desarrolle este conflicto, el mundo ha cambiado. Y probablemente la nueva arquitectura de seguridad europea también sufrirá importantes transformaciones. Los dilemas en torno a la seguridad, la democracia, la política interna o la soberanía deberán abordarse ante cualquier intento serio de buscar un acuerdo y una salida negociada a la actual crisis en Ucrania.