*Santiago Frank Cabrera Perez / Revista La Comuna
En la madrugada del 30 de noviembre de 1939, tras recibir una orden por telegrama que se esperaba desde hacía varias semanas, los soldados soviéticos comenzaron a avanzar. El 7mo Ejército del Ejército Rojo, junto a otras tres agrupaciones acantonadas a lo largo de la frontera con Finlandia, se lanzaron al asalto de las fortificaciones finesas. Frente al estupor del mundo entero, la Unión Soviética había agredido sin provocación a una nación independiente.
El 22 de febrero de 2022, el presidente de Rusia Vladímir Putin, en una alocución televisada, anunció la realización de una “operación militar especial” en Ucrania tras reconocer las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk. Mientras las palabras del presidente ruso eran transmitidas al mundo entero, una lluvia de misiles de crucero impactaba sobre blancos a lo largo del país eslavo, y tres cuerpos de ejército de la Guardia Rusa (Rosgvardiya) cruzaron la frontera ucraniana por tres direcciones, llegando a Kiev en tres días.
Para el lector atento, la similitud de ambas situaciones salta a la vista. Sin embargo ¿hay más coincidencias? ¿Puede enseñarnos la Guerra de Invierno de 1939 algo pertinente al actual conflicto ucraniano?
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Frente al aberrante panorama mediático actual, solo el análisis de eventos históricos permite establecer una línea general de acontecimientos con el cual discernir una situación lo más cercana posible a una realidad que no podemos atestiguar de primera mano. En la historia del siglo XX, pocos eventos guardan tanta similitud, como la llamada “Guerra de Invierno” y la actual operación militar especial rusa en Ucrania.
A primera vista, y en especial a la vista conveniente y parcial del discurso occidental, el “barbarismo” ruso irrespeta las normas internacionales y se lanza a una aventura de conquista de un país democrático e independiente. Un discurso casi idéntico puede encontrarse en los archivos que documentan las publicaciones periódicas de 1939. Tanto Finlandia como Ucrania recibieron y reciben no solo el apoyo directo de las potencias europeas para defenderse de la “invasión”. En ambos casos, la URSS y su estado sucesor, Rusia, se enfrentaron a una aberrante ofensiva diplomática y mediática, el aislamiento internacional y la castración económica.
Al adentrarse los detalles políticos y militares acaecidos en el período de 1935-1940, la similitud con la situación actual alcanza una dimensión pasmosa. Y al igual que hace 75 años, la diferencia entre los hechos y el discurso político occidental es tan distante como aquella que separa a las galaxias.
Al activar la masiva maquinaria militar soviética, Joseph Stalin había tomado la última decisión posible en relación al problema fronterizo soviético-finés. Desde el reconocimiento de la independencia de Finlandia en 1917, la dirigencia soviética observaba con creciente preocupación la cercanía de la frontera finesa con la llamada Venecia del Norte, la ciudad de Leningrado.
La cuna de la Revolución de Octubre descansaba a solo 17 kilómetros de la frontera con la Carelia finesa, indefensa a ataques aéreos y de artillería. Además, desde las numerosas islas finesas en la Bahía de los Pescadores se podía neutralizar las unidades de la Flota soviética del Norte y embotellarlas en sus puertos del Neva. Todo el flanco norte de la URSS estaba abierto a una agresión por tierra desde Finlandia, en un terreno favorable a los atacantes potenciales. Y esa amenaza era cada vez más creíble desde 1933.
Desde el reconocimiento por parte de Vladimir Ilich Lenin de la independencia del Gran Ducado de Finlandia, las relaciones entre la URSS y Finlandia había estado llena de altibajos. La cruenta Guerra Civil Finlandesa, que conluyó con la victoria de la Guardia Blanca sobre los bolcheviques fineses, cimentó de manera concluyente el dominio de la burguesía republicana sobre el país y mantuvo una desconfianza constante sobre su poderoso vecino, optando por una “neutralidad” a ultranza, afín al modelo sueco, que era en realidad una fachada para el acercamiento a los movimientos de extrema derecha ultranacionalista que comenzaban a tomar fuerza en el continente. En la década de 1930 el escenario político finlandés estaba totalmente derechizado, culminando con la ilegalización del Partido Comunista Finlandés en 1931, y la llamada “Rebelión de Mäntsälä” en 1932, en la cual los nazis finlandeses intentaron tomar el poder mediante un golpe de Estado.
JUVENTUDES HITLERIANAS DE VISITA AL MOVIMIENTO PATRIÓTICO DE PUEBLO, EL PARTIDO NACIONALISTA SUCESOR DEL MOVIMIENTO LAPUA. MANTUVO UNA FUERTE PRESENCIA EN EL GOBIERNO FINÉS DESDE 1932 HASTA 1944.
Otro factor importante era la cercanía de los nacionalistas finlandeses con los alemanes. El Regimiento Jäger Finlandés, entrenado en Alemania, complementado con la intervención directa de la División del Mar Báltico germana, había constituido el elemento esencial para vencer a los bolcheviques fineses en la guerra civil de cuatro meses en 1918. A pesar del enfriamiento oficial de las relaciones entre las dos naciones luego de la derrota del Imperio Alemán en la 1ra Guerra Mundial, en la práctica la sociedad y la política finesas buscaban activamente la alianza con los germanos, ante la cuidadosa política centrista llevada a cabo por los suecos. Los movimientos de derecha en Finlandia, fundamentalmente nacionalistas extremos, soñadores con una Gran Finlandia, habían ganado poder en todos los estamentos de la sociedad finesa. Como consecuencia, la represión de los sindicatos obreros a manos de organizaciones como el Movimiento Lapua habían ahogado en sangre cualquier grupo político proclive a la izquierda o siquiera a una posición de amistad con la URSS. Pese a los ofrecimientos en varias ocasiones por parte de la URSS de pactos de no agresión y otros instrumentos diplomáticos que garantizasen la seguridad de Leningrado y el flanco de la URSS, éstos fueron rechazados por los finlandeses. Solo en 1934 se concretó la firma de un pacto de no agresión, coincidiendo con la entrada de la URSS a la Sociedad de Naciones.
Sin embargo, esto no era suficiente para calmar la suspicacia de los soviéticos. El interés de Finlandia con cualquiera que ayudase a sus intereses, en especial los franceses y los británicos, que ponían en peligro el precario acuerdo con los alemanes en 1939, llenaban de desazón a la cúpula militar de la URSS. Las fortificaciones finesas de la Línea Mannerheim bloqueaban el istmo, y podían servir como protección ante una fuerza invasora. Entre 1934 y 1939, nuevas demandas por la parte soviética se sucedieron con el objetivo de mover la frontera y conseguir la desmilitarización de Carelia y el Golfo de Finlandia. Los finlandeses establecieron una estrategia dilatoria en la cual cada oferta soviética era a su vez seguida por una contraoferta finlandesa que no se concretaba. Mientras tanto, en Europa la guerra avanzaba a las fronteras de la URSS. Con la caída de Polonia, Alemania tenía ya una posición para lanzarse sobre la URSS. La ambigua posición de los fineses y la imposibilidad de prever el próximo enemigo, había dejado a los soviéticos sin opciones.
La actual situación en Ucrania, debido a su inmediatez, ha contado con una gran cobertura mediática, por lo que no supone una necesidad el describir con detalles la cadena de eventos que llevó a la operación militar especial. Por lo tanto solo se establecerán aquellos elementos de importancia que confirman el patrón. La caída del presidente Víctor Yanukovich a raíz de los sucesos del llamado “Maidán” significó el triunfo final de la facción ultranacionalista y pro-europea que había ido ganando fuerza en Ucrania desde la caída de la URSS. Pero Ucrania posee un amplio territorio rusofono y culturalmente ruso, en especial en la cuenca del Donbass, cuyos territorios pasaron a formar parte de Ucrania, junto a Crimea, en 1952 a raíz de la decisión del premier Nikita Jhruschov. Que una frontera interna se moviese dentro de la Unión Soviética no se suponía la decisión cargada de consecuencias que hoy advertimos. Las medidas tomadas por el nuevo gobierno, progresivamente enfocadas a la supresión de la cultura y la influencia rusas en el país, así como la reivindicación de oscuros elementos nacionalistas asociados al colaboracionismo nazi, como Stepán Bandera, radicalizaron a la diáspora rusa en Ucrania.
En respuesta a las protestas pro-rusas en la mayoría de los óblast del este de Ucrania, los ultranacionalistas se movilizaron para lo que en efecto era una ocupación de estos territorios, culminando en la sangrienta masacre de la Casa de los Sindicatos de Odessa en 2014. El referendum de anexión de Crimea a la Federación Rusa y el levantamiento popular que se consolidó en las Repúblicas Autónomas de Donetsk y Lugansk, agrupadas militarmente en la Novorrosiya (Nueva Rusia) demostró a los nacionalistas ucranianos que el pueblo ruso no estaba dispuesto a aceptar la sumisión a sus designios. Por lo tanto, ambas partes se prepararon para la inevitable guerra. Ante la profunda inestabilidad en su frontera, Rusia tomó medidas.
El conflicto, que se alargó durante ocho años, hizo derivar al nacionalismo ucraniano hacia una posición cada vez más insostenible, mientras el poder en el país era secuestrado por los nazis ucranianos. El gobierno de Volodimir Zelensky, un comediante devenido presidente, utilizando el chantaje diplomático como arma, se plegó completamente a los intereses de la OTAN como requisito para su entrada en la Unión Europea. Animado por falaces promesas y su propia ineptitud estratégica, Zelensky y su gobierno se lanzó al peligroso juego de poner a prueba la paciencia y la mesura de Rusia.
LAS REPÚBLICAS DE DONETSK Y LUGANSK, UNIDAS BAJO EL NOMBRE DE NOVORROSIYA
COMBATES BAJO LA AURORA
Durante todo el año 1939, los soviéticos comenzaron a fortificar y ampliar la red ferroviaria y de carreteras, a su vez la parte finesa reforzaba sus fortificaciones de la Línea Mannerheim y las zonas atrincheradas en el istmo de Carelia.
Mientras la operación militar era preparada, Stalin, hasta el último minuto, confiaba en que los finlandeses accederían a las demandas soviéticas. Llegó la fecha programada, y nada sucedió. Sin otra salida, la Stavka ordenó el inicio de la operación. Como un solo hombre, 27 divisiones del Ejército Rojo se lanzaron al asalto.
La vehemencia del ataque soviético tomó por sorpresa tanto a los finlandeses como a Occidente. A pesar de las profundas preparaciones que el ejército y la fuerza aérea del país escandinavo habían realizado en los últimos meses del año 1939, la superioridad númerica y de material del Ejército Rojo desbordó con rapidez las primeras unidades finlandesas y la Fuerza Aérea Soviética pronto era dueña del espacio aéreo sobre la Carelia y el territorio finlandés, atacando la capital Helsinki con bombas especiales.
Sin embargo, el plan soviético de desplegar sus fuerzas con velocidad, golpear al enemigo frontalmente y terminar la guerra en poco tiempo se tropezó con la habilidad de los fineses para la guerra de guerrillas, y principalmente, sus propias deficiencias logísticas. Los tanques soviéticos estaban todavía pintados del verde olivo común al verano, y las tropas no contaban con el material adecuado para una campaña invernal. Muchos reclutas habían sido traídos de otras regiones del vasto país y no estaban preparados para las temperaturas inusualmente bajas en estas latitudes. Los caminos en la Carelia eran poco más que rutas de montaña, delgadas y sinuosas que los finlandeses, conocedores del terreno, supieron explotar bien. La inventiva finesa también resultó en armas y tácticas poco comunes para anular el poderío soviético, entre ellas la más conocida el “cóctel molotov”.
Los primeros asaltos soviéticos fueron detenidos. Entre la falta de preparación de los soviéticos y la tozudez defensiva de los fineses, lo que parecía un camino fácil se tornó un escollo duro y difícil. Las pérdidas se acumulaban, y los objetivos soviéticos parecían no cumplirse. Los apabullantes números desplegados por el ejército Rojo parecían haberse desvanecido en la nieve bajo la aurora boreal.
CARTEL DE PROPAGANDA BRITÁNICA PARA RECAUDAR FONDOS PARA LA GUERRA EN FINLANDIA
A esto, el mundo occidental reaccionó con el entusiasmo propio de los generales y soldados de comedor y sala de estar. En todos los periódicos se proclamaba la “valiente defensa” y como el “David del siglo XX” había logrado frenar la colosal máquina de guerra soviética, el ejército más grande de Europa. De todo el continente viajaban a través de Alemania y Suecia convoyes con armas para los fineses, desde fusiles franceses y cañones antiaéreos Bofors suecos, hasta aviones de combate ingleses. Casi 12000 voluntarios de diversas partes del mundo, fundamentalmente suecos y noruegos se unieron como “voluntarios” a luchar del lado de los “europeos” contra los “bárbaros bolcheviques”. La Sociedad de Naciones expulsó a la URSS (ésta se había adherido a la misma en 1934) y muchos países se lanzaron al boicot comercial contra la URSS.
Solo habría que cambiar algunos nombres y fechas, y pareciese que se repite el mismo escenario en el siglo XXI. Aunque no contamos con el conocimiento que el tiempo nos brinda, pues carecemos de información esencial sobre plazos de cumplimiento y objetivos concretos (los objetivos de los soviéticos eran al igual que los de Rusia hoy, a la vez públicos y secretos). Pero una cosa es obvia. La operación militar especial rusa, ha tropezado con los mismos obstáculos logísticos que su homólogo soviético. La velocidad del avance de las vanguardias blindadas y la flexibilidad del campo de batalla actual hace extremadamente difícil mantener líneas de suministro estables. Además se añade el reto de aprovisionar correctamente a tres cuerpos de ejército en tantas direcciones distintas, en medio del invierno y sin puertos (de ahí la importancia de Mariúpol) ni vías férreas estables (voladas oportunamente por los ucranianos). Lo cual ha hecho posible el espectáculo, ampliamente publicitado, de vehículos y tanques rusos abandonados por falta de repuesto o combustible.
Además, el fanatismo de la defensa en algunos sectores vitales (nunca hay que menospreciar el ardor de quien sabe el peso del juicio histórico que le aguarda) más los aciertos defensivos en más de una ocasión por parte de las fuerzas armadas de Ucrania. Sirva de ejemplo el eficaz uso de los drones armados Bayraktar TB-2 en los primeros compases de la batalla.
Y, al igual que hace casi un siglo, el mundo occidental se ha lanzado a esta especie de “guerra inventada” que solo existe en los televisores y las redes sociales, donde se muestran juegos de video como escenas reales, se discute el día a día de las batallas como una especie de reality show y se mantiene al público entretenido con una nueva entrega de unos “Avengers” ucranianos contra el “Thanos” la personificación del mal, el “carnicero” Vladimir Putin.
La presión económica ejercida por las potencias occidentales, rasgando las vestiduras del “orden mundial” y destacando la completa falta de imparcialidad de los llamados “organismos internacionales” y la “comunidad internacional”, se acompañan con una rusofobia desorbitada que roza en algunos ejemplos, el cruel ridículo.
Pero la guerra, la real, discurre y se soluciona con elementos y parámetros que no son televisables, y terminan, la mayoría de las veces, de manera muy distinta a como quieren los redactores de periódicos, o más actualmente, los “influencers”.
DESENLACES INEVITABLES
El 11 de Febrero de 1940, los titulares de los periódicos desilusionaron cruelmente al lector occidental: los soviéticos habían roto la Línea Mannerheim, principal reducto defensivo finlandés, en dos localidades, y avanzaban hacia la segunda línea de defensa. Dos días más tarde, el Mariscal de Campo Carl Gustav Mannerheim ordenó el abandono de las fortificaciones y el repliegue general hacia nuevas posiciones. En la Carelia, después de días de bombardeo artillero, los soviéticos aplastaron a los defensores en la segunda batalla de Summa y comenzaron su avance hacia el noroeste, protegidos por densas cantidades de tanques y aviación.
¿Qué había sucedido?
Los soviéticos, haciendo gala de una versatilidad siempre incomprendida en Occidente, se adaptaron rápidamente a los obstáculos encontrados. El alto mando removió a Kliment Voroshilov como jefe de la agrupación de ejércitos, sustituyéndolo con el muy capaz Semión Timoshenko, quien aumentaría sus honores militares en la Gran Guerra Patria. El ejército Rojo cambió todas las tácticas y empleó todo el mes de enero de 1940 preparando el nuevo asalto, construyendo maquetas para entrenar a oficiales y soldados, realizando simulacros de maniobras tácticas, y trayendo el armamento necesario para lidiar con las fortificaciones finesas (entre otros, el tanque KV-1 que acababa de entrar en servicio). Como resultado, el ejército que atacó la Línea Mannerheim en 1940, era esencialmente, un ejército nuevo. Los finlandeses, carentes de reservas estratégicas, basaban su estrategia en una defensa móvil, pero sin recursos para el contraataque, confiaban en la intervención extranjera como única alternativa a la derrota total.
A partir de ese momento, los acontecimiento se sucedieron con gran rapidez. La inteligencia soviética filtró a la prensa alemana los envíos secretos que circulaban por Alemania hacia Finlandia, violando el pacto Ribbentrop-Molotov. Alemania se vió obligada a suspender los cargamentos a través de su territorio. Hitler también temía una intervención franco-británica a través de Suecia, por lo que amenazó al rey Gustavo V de ocupar Suecia si accedía al paso de los Aliados a través del país. Como resultado, el rey anunció públicamente que no enviaría tropas a Finlandia ni permitiría el paso de tropas y armas de ningún país. A pesar de todas las promesas, la ayuda del mundo se había quedado en nada.
En el terreno, la situación era insalvable para los fineses. Frente al número y el entrenamiento de los soviéticos, nada podían hacer. Las puntas de lanza soviéticas ya estaban en el Golfo de Finlandia, toda la Carelia estaba perdida, y el contingente internacional se reembarcaba a gran velocidad o cruzaba la frontera hacia Noruega. Cada día de resistencia armada aumentaba los muertos y los heridos en una macabra e irreal defensa de lugares que simplemente eran rodeados y aislados, machacados hasta la rendición.
AVANCES SOVIÉTICOS HASTA EL 13 DE MARZO DE 1940
A principios de marzo, comenzaron a llegar las señales de los ofrecimientos de paz fineses, pero los soviéticos no los escucharon. Solo el día 7 arribaron a Moscú los enviados del gobierno finés para comenzar las negociaciones. En el tenso ambiente, los representantes del país escandinavo aceptaron todas y cada una de las demandas soviéticas, cediendo gran parte de la Carelia, llevando la frontera hasta la petición original soviética de 1935, una línea por encima de la ciudad de Vyborg (Viipuri). A cambio, los soviéticos entregaron Repola y Porajärvi, un área con el doble de extensión de aquella exigida originalmente a los fineses.
Pese al costo, los soviéticos habían obtenido todas las concesiones territoriales necesarias para una defensa eficaz de Leningrado. Sin embargo, los fineses, humillados por la derrota, orbitaron aún más cerca de Alemania, firmando el pacto secreto que los haría parte, un año más tarde, de la “Operación Barbarroja” y el infame bloqueo de Leningrado.
Aunque intentar especular el fin de la opración militar rusa en Ucrania desobedece todos los parámetros de un estudio histórico, los hechos pasados, y en especial los descritos, forman un patrón que podemos proyectar en el presente. Al igual que en 1940, los hechos continúan desilusionando a Occidente. Los rusos no detienen su avance, la situación militar ucraniana se deteriora por días, acercándose cada día a una catástrofe no vista desde la Segunda Guerra Mundial. La capital Kiev, está bloqueada desde el tercer día de la operación, y la fuerza aérea ucraniana está aniquilada. La capacidad de reparación y producción bélica de Ucrania es casi inexistente, y las contramedidas que fueron útiles al inicio de las hostilidades, hoy se han desvanecido. Frente a la fanática resistencia de los ultranacionalistas neonazis en Mariúpol, Rusia despliega batallones chechenos, expertos de fama mundial en el combate casa por casa. Los problemas logísticos comienzan a solucionarse con el influjo de trenes blindados cargados de material. La agrupación ucraniana del Donbass, casi 30000 hombres, está prácticamente rodeada, formada en un erizo defensivo que es bombardeado día y noche. Los “voluntarios” occidentales se marchan horas después de llegar al ser atacados indiscriminadamente por armas de alta precisión lanzadas desde el mar. Cada vez es más difícil mantener el discurso de la “valiente defensa” de este “David” neonazi que combate con el furor enloquecido del que conoce su castigo. Solo queda esperar que el inevitable desenlace, al igual que en el invierno de 1940, suceda de manera negociada, salvando vidas, y no bajo los golpes contundentes de la artillería y la resistencia obcecada de un puñado de fanáticos que desean arrastrar a todos en su caída.
TROPAS RUSAS JUNTO A UN VEHÍCULO BLINDADO UCRANIANO DESTRUIDO
CONCLUSIONES
Más allá de eventos o flechas en los mapas, las conclusiones derivadas del estudio de dos hechos históricos separados un casi un siglo entre sí, nos permiten una visión más completa y pensemos, más cerca de la realidad, que aquella propugnada por medios y vociferantes “expertos”: el pueblo ruso no ve la guerra como una aventura televisable, como esa clase de evento de carácter competitivo y deportivo al que nos ha acostumbrado Hollywood. Para los rusos, la guerra es una opción brutal y difícil a la que solo se llega cuando se han agotado todas las demás posibilidades.
Pero una vez resuelto, el ejército ruso despliega una contundencia y versatilidad que siempre termina sorprendiendo a Occidente. Ya sea en el desierto mongol, el ártico finés o las llanuras ucranianas, sin importar la aparente fuerza o astucia de su enemigo, el ejército ruso pone en juego sus enormes números y su capacidad tecnológica, adaptándose a cualquier obstáculo.
Finalmente, el desprecio patente de las potencias occidentales a Rusia, su poder y sus logros, aceptados a regañadientes, es llevado a niveles descarados a la primera oportunidad. la conveniencia de mantener como enemigo al “oso ruso” ha llevado a Europa a elegir el peor camino en cada ocasión, la mayor parte de las veces para su prejuicio y desgracia. La arrogancia europea ante todo lo ruso, y el desprecio de su cultura como “inferior” o “bárbara” refleja agriamente la miopía del Viejo Continente, resuelto a no aceptar la vía de la prosperidad y la cooperación, condenándose al ostracismo y la decadencia. Encadenados a la debacle estadounidense, prefieren un irracional sufrimiento a la aceptación y al diálogo.