Moscú después de las elecciones, entre la nostalgia del pasado, las tendencias nihilistas y las incertidumbres internacionales. Paradójicamente, las sanciones y el intento de aislamiento de la Federación por parte de la Unión Europea y Estados Unidos han acabado estimulando la iniciativa industrial del país, que ha reducido considerablemente sus reservas de divisas en dólares y ha aumentado las de oro. Mientras tanto, la clase dominante intenta evitar fracturas bruscas en su propio cuerpo social y prevenir la propagación de derivas ideológicas en las nuevas generaciones.
*Maurizio Vezzosi / Mondo Economico
La Federación Rusa acaba de dejar atrás las elecciones al Parlamento y una votación que supuso la confirmación de «Rusia Unida» como partido líder, aunque considerablemente reducido en su nivel de consenso. Los contornos dibujados por el voto – no precisamente transparentes – son los de un país con un eje político desplazado hacia la izquierda, con millones de rusos evidentemente poco entusiasmados con sus condiciones sociales – especialmente en ciertas regiones – y sus perspectivas de vida. La principal novedad de la votación es, de hecho, el importante fortalecimiento del segundo partido, el KPRF (Partido Comunista de la Federación Rusa), que ha alcanzado la marca del 20%. Este fortalecimiento se produjo a pesar de las irregularidades denunciadas por el propio partido.
La situación política tras la votación podría dar lugar a diversos acontecimientos: existe el riesgo de que el conflicto entre el KPRF, del que es secretario Gennadij Zjuganov, y el bloque de poder «Rusia Unida» se agrave. Pero aunque la vertical de poder del Kremlin tratará de contener el papel de los comunistas en la medida de lo posible, también tendrá que tener en cuenta el favor del que gozan dentro de la sociedad rusa: un hecho que probablemente no lleve al Kremlin a apoyar políticas que creen un choque frontal entre las dos principales fuerzas del país y corran el riesgo de comprometer la unidad nacional. Tras la votación, Zjuganov dijo: «En el país hay dos pilares que se enfrentan: el patriótico, que se enfrenta a nosotros, y el liberal-cosmopolita, siempre dispuesto a mentir y vender el país».
Aunque la Federación Rusa está lejos de ser un ejemplo brillante de democracia liberal, el elemento esencial sobre el que descansa el equilibrio entre la política y la sociedad es el del consenso. Un elemento fundamental, dado el número de empleados de organismos y empresas públicas, militares y policiales presentes en la sociedad rusa. Fundamental, a pesar de una situación en la que los órganos legislativos, ejecutivos y judiciales están de hecho todos bajo el control del mismo bloque de poder. En cuanto a la política exterior, y en particular a las relaciones con Occidente, la gran mayoría de la oposición rusa apoya orientaciones y posiciones mucho más radicales que las de «Rusia Unida» y mucho menos proclives al diálogo y al compromiso. Las oposiciones estigmatizan no pocas veces la actuación del Kremlin como falta de decisión hacia Occidente: si por un lado ciertas posturas podrían considerarse en gran medida de consenso, por otro lado esta actitud implica que ciertos estados de ánimo están bastante extendidos en la sociedad rusa.
«Rusia unida y Crimea
El hecho de que ciertos impulsos compongan el sentido común de grandes porciones de la sociedad rusa emerge de forma sistemática: por ejemplo, el centro de investigación social «Levada» constató el pico de popularidad de Vladimir Putin tras la operación que en 2014 devolvió a Crimea a la soberanía rusa de facto. Al fin y al cabo, el peso político de las fuerzas de oposición rusas de orientación prooccidental sigue siendo irrisorio.
Nostalgia del pasado
Para suavizar la considerable impaciencia con la «Rusia Unida», se han presentado las candidaturas del ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, y del ministro de Defensa, Sergei Shoigu: dos pilares de la política exterior del Kremlin y de su política militar. Una elección destinada a polarizar el consenso de los millones de rusos que recuerdan con nostalgia y favorablemente el pasado soviético, el renovado prestigio internacional de Moscú y la figura de Vladimir Putin. Al mismo tiempo, la exposición mediática del ex primer ministro Dmitri Medvédev, también miembro de «Rusia Unida», se ha reducido al mínimo. El reducido favor que ha conseguido «Rusia Unida» está ligado en gran medida a la popularidad de Vladimir Putin. Mientras que durante las últimas elecciones presidenciales el presidente ruso trató de distanciar al máximo su imagen de la del partido, durante la campaña electoral que precedió a las elecciones a la Duma «Rusia Unida» hizo todo lo posible en la dirección contraria. Las incógnitas sobre el futuro de la Rusia post-Putin y la sucesión a la presidencia siguen abiertas, al igual que las que atañen a la figura de Vladimir Putin: entre ellas, un nuevo cargo de primer ministro (como entre 2008 y 2012), la presidencia del Consejo de Seguridad -en la línea de lo ocurrido en Kazajistán-, la presidencia de una hipotética Unión de Rusia y Bielorrusia y muchas otras. En cualquier caso, la lenta salida de escena de Vladimir Putin podría reducir aún más el tamaño de «Rusia Unida», causando considerables problemas para sus perspectivas. El Kremlin parece ser consciente de ello y de la necesidad de nuevas «correas de transmisión». De hecho, la aparición en la escena política del partido «Novij Liudi» (en castellano: gente nueva) -la expresión predominante de los empresarios metropolitanos- se remonta a esta toma de conciencia, un partido que ha recogido alrededor del 5% de las preferencias. Paradójicamente, las sanciones y el intento de aislar al Kremlin por parte de la Unión Europea y Estados Unidos han acabado estimulando la iniciativa industrial rusa: al mismo tiempo, la Federación Rusa ha reducido significativamente sus reservas de divisas en dólares y ha aumentado sus reservas de oro. Además, Moscú ha demostrado ser más capaz que muchas economías occidentales de absorber el impacto de la pandemia, creando recientemente un fondo estatal que actuará como reserva en caso de una fuerte caída de los precios de los hidrocarburos, una variable decisiva para Moscú. Los niveles actuales son favorables y, si se mantienen estables, será menos difícil para Moscú aumentar la inversión pública y el gasto social. La situación económica bastante favorable para el Kremlin se debe también a los éxitos en política exterior y a la finalización de la duplicación del gasoducto North Stream2. Mientras tanto, según el centro de investigación social «Levada», el 62% de los rusos está a favor del protagonismo y la planificación económica del Estado, mientras que sólo el 24% está a favor del libre mercado.
Tendencias nihilistas
Pero los problemas a los que se enfrenta la Federación Rusa no son sólo de carácter económico o político. Tras la votación, se produjo una masacre que costó la vida a ocho personas en la Universidad de Perm (Urales), donde un joven cogió un rifle y disparó a mansalva contra todo aquel que estuviera a su alcance. El pasado mes de mayo ocurrió algo muy parecido en Kazán, donde murieron once personas. Los frecuentes sucesos en Rusia recuerdan mucho a las masacres en Estados Unidos. La forma en que se producen estos fenómenos sugiere que sus raíces se encuentran en la desintegración social y en la desintegración ideológica e identitaria. Estas tendencias nihilistas se manifiestan también en el fenómeno del suicidio entre los más jóvenes, como en el caso de Blue Whale, un juego en línea que en los últimos años ha llevado a varios adolescentes a suicidarse, y al menos en parte en situaciones relacionadas con la radicalización islámica. Si Rusia quiere permanecer verdaderamente unida, tiene que respetar un imperativo categórico: el de evitar las fracturas bruscas en su propio cuerpo social y prevenir la propagación de la deriva ideológica en las nuevas generaciones.
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