Ángel Belza es uno de los veinte mil niños y niñas dispersados por el Gobierno vasco durante la Guerra Civil entre familias y colonias de acogida en toda Europa.
Salvados de una guerra y metidos en otra aún más atroz, desterrados de su infancia, de su tierra y de sus familias, extrañados, apátridas, vagabundos… la historia de aquellos niños y niñas, auténticos supervivientes, es una página única y estremecedora en la historia de la humanidad y un motivo de reflexión permanente para las generaciones presentes y venideras.
La historia de los niños de la guerra es la historia del siglo XX
Estas Memorias de Ángel Belza son un testimonio casi oral, escrito sin un ápice de resentimiento, mirando cara a cara a su propio destino, sin concesiones literarias, un relato desnudo: “Fue así, no invento nada”. Estas cuatrocientas páginas son una autobiografía; pero, en sentido literal, son un documento tan objetivo como una cartilla de racionamiento o las cartas escritas por los niños desde Moscú, que nunca llegaron a las familias, secuestradas por el franquismo. Un documento que inaugura la colección INVESTIGACIÓN de Paradiso_Gutenberg y eBooksBierzo en coedición con el Ayuntamiento de Lasarte-Oria e Islada Ezkutatuak,, cuyo estudio nos ayuda a comprender aquel período convulso de la historia europea, entre 1937 y 1957, de cuyas cenizas nace la Europa actual.
Autobiografía de un superviviente
Ángel Belza Ventura nació en Lasarte (Gipuzkoa) el 17 de agosto de 1926. Cuando estalló la Guerra Civil, su familia huyó a Bilbao y el 12 de junio de 1937, con diez años, fue evacuado hacia la URSS en el buque Habana, junto con otros 1.494 niños y niñas con destino a Leningrado.
Acogido en las Casas de Niños, estudió en Moscú, Ucrania, Ufá; sufrió las miserias de la II Guerra Mundial y en la postguerra, las hambrunas en Ucrania y Moldavia. Vagabundo, proscrito, por coger comida es condenado a un año de internamiento en el gulag de Zaporojie (Ucrania). Trabaja en las minas de Donbás, construye puentes sobre el Volga y es pastor en Georgia, hasta que una grave enfermedad le pone al borde de la muerte. La ayuda de la Cruz Roja le salva y, tras recuperarse en Crimea, inicia una nueva vida en Gorki, donde se casa con Filomena Gómez y tienen dos hijos, Consuelo y Ángel. En 1956, veinte años después de su partida, regresa al Estado español, pero no aguanta el franquismo. En 1962 se establece en Suiza y trabaja como perito mecánico. Desde 1997 vive en la Costa Brava catalana; en el año 2010, por sugerencia de su nieta Elsa, empieza a escribir estas memorias.