A principios de año vivimos un repunte del racismo en el fútbol. Esta cuestión, que vivió su máximo esplendor a finales de los 90 y principios de los 2000 -básicamente porque fue en esos años cuando empezaron a llegar futbolistas negros al fútbol europeo-, ha vivido un repunte durante estos años que merece la pena analizar.
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Los ejemplos son muchos y variados, desde la famosa patada de Éric Cantona en 1995, por la cual fue sancionado con nueve meses sin jugar a fútbol, a los últimos insultos racistas recibidos por el jugador del Athletic Iñaki Williams en el RCDE Stadium. A lo largo de todos estos años, hemos podido observar escenas tan lamentables como la que vivió Samuel Eto’o en La Romareda en 2006 cuando, cansado de ser increpado, quiso abandonar el estadio o, más recientemente, la patada de Patrice Evra a un aficionado que le estaba profiriendo insultos racistas, recordando a la ya mencionada acción de Cantona. Ese hecho le costó a Evra ser sancionado sin poder jugar competiciones europeas lo que restaba de temporada y fue despedido de su club, el Olympique de Marsella.
Estas situaciones, que parecían ya olvidadas por los grandes medios en nuestro país a pesar de que nunca habían abandonado los estadios de fútbol, han vuelto a cobrar importancia en los últimos tiempos. Como en Italia, esto viene derivado de un auge de la extrema derecha, pero en España ha sido especialmente llamativo el caso de Zozulya, el jugador al que la afición del Rayo Vallecano recibió como lo que es: un neonazi. La historia ya es conocida: el partido se suspendió y absolutamente todos los grandes medios se dieron la máxima prisa posible en defender al jugador. Daban igual las pruebas que le incriminaran[1], el relato a construir era que había sido víctima de insultos racistas y, por primera vez en la historia de España, se había suspendido un partido de fútbol debido a esto. Especialmente importante es ese dato, ya que jamás se ha suspendido un partido por insultos racistas en este país aunque en el año 2005 se firmara el Protocolo contra el racismo y la intolerancia en el fútbol, en el que se recogía que los partidos podían suspenderse si esto sucedía. Resulta reseñable que, además, este sea el único caso, no solo en España, en el que árbitro, clubs y jugadores han estado de acuerdo en la suspensión, a diferencia de casos como el vivido recientemente en Portugal, cuando el jugador del Oporto Marega abandonó el campo tras recibir insultos racistas y no solo no le acompañasen sus compañeros y entrenador, sino que trataron de evitar que abandonase el campo e incluso vio una tarjeta amarilla por ello.
Este blanqueamiento pudo verse de forma clara cuando al final de la temporada pasada aficionados del Espanyol, de manera similar a lo que ya hicieron en 2017 grupos ultras de la Lazio de ideología fascista, llenaron la zona visitante del estadio del Girona con pegatinas con la cara de Ana Frank vistiendo la camiseta del Barça y desde los medios se habló de grupos ultras y burlas con terminología antisemita, evitando siempre denunciar a estos grupos como lo que son: fascistas. Aunque el ejemplo más claro podría ser el del Frente Atlético, grupo de ultras de ideología fascista del Atlético de Madrid que llevan la voz cantante en el estadio, siempre protegidos por el propio club, el cual se permite homenajear con orgullo su pasado como Club Atlético Aviación, nacido gracias al acuerdo entre el Atlético de Madrid —por aquel entonces Athletic Club de Madrid— y el Club Aviación Nacional tras la Guerra Civil. Pero estos no son los únicos casos, el fútbol español está plagado de revisión histórica y lavados de cara al fascismo, como en el caso del Real Madrid, que ha decidido borrar de su historia a Antonio Ortega, militante del PCE y presidente del club durante la Guerra Civil; o el Cádiz, cuyo estadio sigue teniendo el nombre del franquista Ramón de Carranza; entre otros muchos ejemplos.
En resumen, podemos afirmar que el racismo en el fútbol es un problema real, pero no aislado. Los grandes medios denunciarán agresiones racistas o machistas, pero no tienen la más mínima intención de señalar el problema de fondo. Corresponde a las aficiones con conciencia social y de clase seguir trabajando para acabar con todas las lacras en el fútbol y, sobre todo, en la sociedad, porque como dijo Galeano «quienes demonizan al fútbol […] comparten el mismo equívoco de quienes creen que el fútbol no es más que un opio de los pueblos y un buen negocio de mercaderes y políticos: unos y otros hacen de cuenta que los estadios son islas, y no los reconocen como espejos del mundo al que pertenecen y expresan».