Poroshenko el “civilizado”

Artículo de Halyna Mokrushyna: Counterpunch

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El presidente ucraniano Petro Poroshenko afirmó el 11 de enero en París que la tragedia de Charlie Hebdo ha unido a todas las naciones civilizadas. Marchó orgulloso en primera línea de una gran multitud de gente civilizada que expresaba su solidaridad con la libertad de expresión y contra el terrorismo. Es de suponer que la participación de Poroshenko en la manifestación cualifica a Ucrania como uno de esos estados civilizados. El presidente está horrorizado por el terrible ataque a los valores occidentales, los mismos en nombre de los que el ejército ucraniano bombardea a sus propios ciudadanos en la región de Donbass al este del país.

Han muerto más de 4.800 civiles desde el comienzo de la “operación antiterrorista” contra Donbass en abril de 2014. Donbass no quería un parlamento nacionalista ni una ideología nacionalista que se niega a otorgar a los ciudadanos de lengua rusa el derecho a que su lengua sea reconocida como segundo idioma oficial en Ucrania. Donbass rechaza esa interpretación anti-rusa y anti-soviética de la historia que los partidos extremistas que conforman la mayoría parlamentaria quieren imponer en Ucrania. Donbass está orgulloso de su pasado soviético y por ello se diferencia de otras zonas de Ucrania.

El 75% de la población de esta zona industrial considera el ruso como su lengua materna, aunque más de la mitad de los residentes (57%) son, según el censo de 2001, de etnia ucraniana. En Donetsk, el dominio del ruso es aún mayo, un 88% frente al 11% para los que el ucraniano es su lengua materna. En términos étnicos, hay equilibrio: 47% de etnia ucraniana frente a 48% de etnia rusa.

Uno de los primeros pasos del nuevo gobierno de derechas al tomar el poder en Kiev a finales de febrero, gracias principalmente a las unidades nacionalistas y paramilitares que formaban el movimiento Euromaidan, fue tratar de abolir la ley ucraniana que determinaba las lenguas oficiales. Dicha ley, adoptada en 2012 en un esfuerzo por calmar las tensiones creadas por la extrema derecha nacionalista, garantizaba el derecho a usar el ruso, o cualquier otra lengua minoritaria, en regiones en las que esa minoría constituyera al menos el 10% de la población local. Se garantizaban servicios en esa lengua, que también se usaba en la administración pública, la enseñanza y las actividades culturales. El intento de abolir esa ley envió una clara señal a Donbass: el nuevo régimen ucraniano continuaría con su agenda nacionalista. Y Donbass se rebeló.

Se produjo una serie de manifestaciones pro-rusas en varias grandes ciudades del sur y el este de Ucrania: Odessa, Kharkov, Mariupol y Donetsk. Era su respuesta al discurso nacionalista que venía de Kiev, un discurso en el que la Unión Soviética se presentaba como un “ocupante” que suprimía la identidad, lengua, cultura y búsqueda de la independencia ucraniana. En este discurso, la Unión Soviética es un imperio, heredero directo el imperialismo de la Rusia zarista. ¿Cómo podía aceptar este discurso la parte de la población para la que ser soviético forma parte de su identidad?

La población de Donbass tiene una fuerte identidad regional, construida sobre el espíritu cosaco, orgullo obrero e internacionalismo. Según una reciente encuesta conducida por el Instituto Sociológico de la Academia Nacional de las Ciencias de Ucrania, los residentes de Donbass se identifican con Ucrania (34%), con Donbass (27%), con su ciudad (19%) o como ciudadanos de la antigua Unión Soviética (24%). Como comparación, en el resto de ucrania el componente nacional es mucho más fuerte que en Donbass: 60% en el sur; 67% en el este; 70% en el oeste y 76% en el centro del país.

Donbass lleva desde 1994 exigiendo autonomía regional y el reconocimiento del ruso como segunda lengua oficial en Ucrania. El 27 de marzo de 1994, coincidiendo con las elecciones parlamentarias, las regiones de Donetsk y Lugansk celebraron un referéndum local en el que la mayor parte de la población votó por un Estado federal (descentralización de los poderes del Gobierno central), uso del ruso como segunda lengua oficial y unirse a la Confederación de Estados Independientes (CEI).

Kiev se ha negado en repetidas ocasiones a celebrar un referéndum sobre estas cuestiones vitales para Ucrania. Según la Constitución, celebrar un referéndum es ilegal. Y todo ello porque las élites políticas temían las ambiciones imperialistas del vecino poderoso, Rusia. Las élites ucranianas prefirieron ignorar las voces que venían del este del país.

En 2013, el Partido Comunista de Ucrania propuso celebrar un referéndum sobre el futuro político de Ucrania para decidir si buscar la integración europea o mantener los lazos con Rusia. El partido recogió más de tres millones de firmas en defensa de dicho referéndum, que el entonces presidente Yanukovich declaró ilegal.

Desde el punto de vista de Kiev, cualquier exigencia de autonomía administrativa o financiera es una violación de la soberanía ucraniana. El término federalización provoca pánico. Kiev prefiere matar a sus propios ciudadanos antes que negociar y acomodarse.

Kiev sigue defendiendo que la rebelión en Donbass, en las regiones de Donetsk y Lugansk, es producto del apoyo ruso. Se dice que Rusia apoyó las protestas Anti-Maidan, que tropas rusas luchan en el este contra el ejército ucraniano y que son los rusos los que destruyen la infraestructura de Donbass al mismo tiempo que, con una retorcida lógica, se condena a Rusia por enviar, uno tras otro, convoyes de ayuda humanitaria para los residentes de Donbass.

Es cierto que Rusia está involucrada en Donbass. La mayor parte de la población de Donbass ha expresado repetidamente su deseo de mantener relaciones más estrechas con Rusia, no con la Unión Europea. La gran mayoría de los residentes de Donbass vieron en el movimiento Euromaidan un golpe de Estado –orquestado por Occidente (51%) o por la oposición (21,5%) según un estudio realizado en octubre de 2014 por el Instituto Internacional de Sociología de Kiev y el Fondo de Iniciativa Democrática Ilko. Esta percepción coincide con la interpretación que la mayor parte de la ciudadanía tiene de la revolución de Euromaidan, con el presidente Putin entre ellos.

Rusia no podía mantenerse al margen, especialmente en cuanto a la decisión de Kiev de incrementar su relación con la OTAN, o incluso optar a convertirse en miembro de la alianza. Voluntarios de Rusia acudieron a Donbass para defender a un pueblo que perciben como hermano. No hay prueba convincente alguna ni en la prensa ucraniana ni en la prensa occidental de que haya tropas regulares rusas luchando en Donbass. Si Rusia decidiera enviar tropas, la guerra resultante acabaría en un par de semanas y la insurgencia de Donbass no se quejaría de falta de apoyo militar ruso.

En cuanto al apoyo político y financiero, ¿qué diferencia hay entre que Rusia defienda los derechos de la población de habla rusa de Ucrania y la implicación de los gobiernos de la OTAN? Occidente gasta enormes cantidades de dinero apoyando ONG’s que promueven los llamados valores europeos. Partidos ucranianos, como por ejemplo UDAR, tienen apoyo financiero directo del Gobierno alemán y de la Fundación Conrad Adenauer.

¿Y qué pasa con las famosas visitas de Victoria Nuland, John McCain y otras figuras políticas occidentales y su apoyo explícito a los objetivos políticos de las protestas? ¿No es eso interferir en los asuntos internos de un país soberano? Claro, sabemos la respuesta: apoyaban a los ucranianos en su lucha por la democracia y dignidad humana, contra el corrupto y cleptómano régimen del dictador Yanukovich.

Tras la huida del “sangriento dictador”, reina la democracia, así que, ¿por qué libra el nuevo régimen de Kiev una guerra contra su propio pueblo en lugar de sentarse en la mesa de negociaciones con un espíritu verdaderamente democrático? ¿Por qué sigue Kiev negándose a escuchar una opinión diferente? ¿Por qué se reescribe la historia nacional para acomodar una narrativa nacionalista en lugar de ofrecer una pluralidad en las perpectivas? ¿Por qué impone en Gobierno ucraniano un impuesto de guerra del 1,5% a la población empobrecida de Ucrania para librar una guerra nacionalista de propaganda en la prensa nacional e internacional, tratando de convencer a los ucranianos de que luchan una guerra contra Rusia?

Esta guerra ya ha matado a miles de ucranianos. Otros tantos miles de familias se han visto separadas por culpa del tema de las relaciones con Rusia. La economía y la infraestructura de Donbass están destrozadas. ¿Es mejor matar y destruir que dar una oportunidad a la negociación? Ucrania no es un país de una sola étnica o de una sola cultura. Nunca podrá caber en ese molde, por mucho que las autoridades ucranianas se empeñen en tratar de apretar a Ucrania para suprimir opiniones disidentes.

La democracia, esa que Kiev tanto adora y venera junto a otras “naciones civilizadas”, como insiste el presidente Poroshenko, consiste en aprender a vivir con las diferencias, respetándolas y acomodándolas. No veo ninguno de esos signos en Kiev. Unirse a la marcha para recordar a los dibujantes de Charlie Hebdo no es suficientes para hacer de Ucrania un país democrático. Lo que Ucrania necesita realmente es un presidente y un Gobierno que escuchen a todos los ucranianos y que respeten su derecho a ser diferentes. Sí, la mayor parte de Urania quiere ser parte de Europa. Pero también existe esa otra Ucrania que quiere mantener los lazos con Rusia. Un proyecto político que pretenda reconstruir el Estado ucraniano solo podrá tener éxito si escucha y acomoda a esta otra Ucrania.

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